La finalidad es buscar y hallar a Dios en todas las cosas, es decir, reconocer la presencia de Dios en la propia vida y a mi alrededor. Gradualmente, con práctica, llega a ser una manera de ver, comprender, ser querer, pensar, y actuar.
Por consiguiente, la pausa ignaciana no se reduce a hacer un balance que se hace al final del día para enjuiciar lo bueno y lo malo. Tampoco se trata de compararse con un modelo imaginario de perfección que sólo sirve para frustrarse y desanimarse. La paus ignaciana pretende ser una ayuda para crecer en pausa la intimidad con Dios y su vivencia práctica en mi relación con los otros; como consecuencia también me doy cuenta de mis fallas pero sólo desde Él.
1.- Agradecer
Tranquilizarse y ponerse en la presencia de Dios.
Revivir el día sin emitir juicio: con quién estuve, qué hice, qué dije, qué me dijeron.
Hacer consciente mis sentimientos: cuál es mi estado de ánimo, qué me molestó, qué me dio
alegría, etc.
Doy gracias por todo.
2.- Pedir perdón y perdonar
Delante de Dios misericordioso pedir perdón por mis inconsistencias.
Perdonar a las personas que me han hecho daño, aunque sea sin intención.
Agradecer a Dios por aceptar tal como soy (no por lo que hago o dejo de hacer).
aceptarme
3.- Acto de confianza en Dios
Abandonarme en las manos del Dios.
Pensar en mis compromisos del día siguiente.
Confiar en Dios.
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