El hecho de que el capitalismo tenga una historia tan accidentada, tan plagada de crisis, no es un hecho casual o aleatorio, sino que se deriva de la naturaleza intrínsecamente conflictiva de la lógica del capital. Sintéticamente, la contradicción básica del capitalismo es que mientras que la obtención de rentabilidad es el motor de su funcionamiento, al funcionar tiende a deteriorar las bases que alimentan dicha rentabilidad.
Así, por un lado, en una economía capitalista la inversión (que es lo que determina la producción) depende de que los capitalistas obtengan rentabilidad “suficiente” para seguir invirtiendo y produciendo. No se produce cuando es socialmente necesario, ni se produce lo que es socialmente más importante producir, sino cuando es rentable hacerlo y aquellas mercancías cuya producción va a permitir obtener ciertos beneficios con respecto al capital invertido. Por eso, la tasa de rentabilidad o de ganancia, que es la proporción de beneficios obtenidos respecto al capital inicial invertido, es la variable clave de la economía capitalista. Y, precisamente, debido a lo importante que es para los capitalistas el obtener una determinada tasa de rentabilidad, éstos hacen siempre todo lo posible por aumentarla. El problema es que, para ello, el capital despliega estrategias que son eficaces desde el punto de vista de una fracción determinada del capital, o durante un período de tiempo limitado, pero que tienden a deteriorar las bases mismas del proceso productivo del que se alimentan los beneficios de los capitalistas. Esta tendencia “suicida” del capital, que le lleva a deteriorar lo que para él es más importante, la tasa de rentabilidad, se expresa periódicamente bajo fórmulas diversas.
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