martes, 1 de marzo de 2011

Ignacio Ellacuría

La personalidad y la obra de Ellacuría tuvo muchas
facetas (filósofo, universitario, político, teólogo), su presencia
pública como intelectual y formador de opinión
fue enorme en El Salvador, en toda América y en Europa. Puede
decirse que era la máxima autoridad moral en la sociedad salvadoreña,
libre e independiente, lo que no quiere decir que fuese
neutral, porque su opción por los empobrecidos, que nacía de su
fe cristiana, era el vector central de su actividad. Por eso sé que
esquematizo mucho la realidad al resumir en cuatro puntos lo
que puede ser su legado.
1. El mejor legado de Ellacuría y de sus compañeros fue el
amor hasta la muerte a los empobrecidos de El Salvador. El 10 de
noviembre de 1989 era evidente que el ejército iba a por él y le
insistíamos en Bilbao para que retrasase el regreso. Era consciente
del peligro, pero creía que no debía abandonar a sus compañeros
y que podría, además, contribuir, con su prestigio personal, al
cese de las hostilidades que aquellos días estaban al rojo vivo. El
tiempo transcurrido permite ver más claramente que Ellacuría se
solidarizó hasta la muerte con el pueblo empobrecido salvadoreño.
Le mataron porque estorbaba, pero él murió porque amaba.
Ellacuría ha entrado en lo mejor de la memoria histórica de la
humanidad.
2. Su legado político ha fructificado. Su propuesta de un
acuerdo de paz, que supusiese poner las bases para un estado
democrático y reconciliado en El Salvador, fue acelerado por su
muerte. Desgraciadamente el desarrollo de los Acuerdos de Paz
de enero de 1992 no ha sido del todo satisfactorio, sobre todo
porque subsiste la pobreza y la inseguridad ciudadana es impresionante.
El triunfo de la izquierda en las elecciones de este año
puede suponer un avance democrático importante. Por primera
vez el poder político no está en manos de la oligarquía. Hoy el presidente
y varios miembros del gobierno son discípulos de Ellacuría
y desean llevar adelante la transformación social que aprendieron
con él.
3. La obra admirable de una universidad prestigiosa en El
Salvador y que desarrolla su función universitaria al servicio de
los pobres, para ser su voz, denunciar las estructuras injustas y
ser factor de cambio social, es muy difícil que pueda continuar sin
el liderazgo excepcional de Ellacuría. Además la situación social
ha cambiado, han surgido otras universidades y la sociedad está
más estructurada. La UCA mantiene su talante, pero no goza del
papel decisivo que tenía hace 20 años. El proyecto eclesial que,
desde la universidad alentaba Ellacuría, ha perdido fuerza. La
línea pastoral del último arzobispo de San Salvador ha estado en
las antípodas de la de Monseñor Romero. Quizá en determinados
sectores, que se movían en torno a la UCA y a la Compañía de
Jesús, que se entusiasmaron en el momento del heroísmo (y del
prestigio) faltó profundidad religiosa y la opción por los pobres, a
veces, fue una ideología que no configuró existencialmente su
vida. Es este un tema delicado, que algunos han aprovechado de
forma indigna, pero que merece una seria reflexión precisamente
para promover el futuro de un cristianismo liberador.
4. El legado profético y utópico de Ellacuría permanece más
actual que nunca y se nos dirige a nosotros, los habitantes del Primer
Mundo. Nuestro tipo de desarrollo es un privilegio y, por
tanto, injusto porque no es universalizable y provoca hambre y
miseria en millones de seres humanos. Ellacuría hablaba de una
civilización de la austeridad, de revertir la historia, de "despertar
del sueño de inhumanidad" que nos impide ver las víctimas de
nuestra forma de vida. Sería una hipocresía homenajearle a los
veinte años de la entrega heroica de su vida y ocultar esta dimensión
esencial y pendiente de su legado.
Rafael Aguirre

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