miércoles, 30 de marzo de 2011

Don Miguel Ángel Ruiz

El chamán, Don Miguel Ángel Ruiz ha sido cirujano hasta que tuvo una experiencia cercana a la muerte que lo llevó a buscar respuestas en tradiciones ancestrales de los Toltecas de los que su madre era una curandera, y su abuelo un nahual (o chaman) quien, después de morir, continuó enseñando a Ruiz en sus sueños.
En su más famoso e influyente obra Los Cuatro Acuerdos dice:

1. El Primer Acuerdo consiste en ser impecable con tus palabras.
Parece muy simple, pero es sumamente poderoso.
¿Por qué tus palabras? Porque constituyen el poder que tienes
para crear. Son un don que proviene directamente de Dios. En
la Biblia, el Evangelio de San Juan empieza diciendo: “En el
principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo
era Dios”. Mediante las palabras expresas tu poder creativo, lo
revelas todo. Independientemente de la lengua que hables, tu
intención se pone de manifiesto a través de las palabras. Lo que
sueñas, lo que sientes y lo que realmente eres, lo muestras por
medio de las palabras.

2. El Segundo Acuerdo consiste en no tomarte nada personalmente.
Suceda lo que suceda a tu alrededor, no te lo tomes
personalmente. Utilizando un ejemplo anterior, si te encuentro
en la calle y te digo: “¡Eh, eres un estúpido!”, sin conocerte, no
me refiero a ti, sino a mí. Si te lo tomas personalmente, tal vez
te creas que eres un estúpido. Quizá te digas a ti mismo:
“¿Cómo lo sabe? ¿Acaso es clarividente o es que todos pueden
ver lo estúpido que soy?”.
Te lo tomas personalmente porque estás de acuerdo con
cualquier cosa que se diga. Y tan pronto como estás de
acuerdo, el veneno te recorre y te encuentras atrapado en el
sueño del infierno. El motivo de que estés atrapado es lo que
llamamos “la importancia personal”. La importancia personal, o
el tomarse las cosas personalmente, es la expresión máxima
del egoísmo, porque consideramos que todo gira a nuestro
alrededor. Durante el periodo de nuestra educación (o de
nuestra domesticación), aprendimos a tomarnos todas las cosas
de forma personal. Creemos que somos responsables de todo.
iYo, yo, yo y siempre yo!
Nada de lo que los demás hacen es por ti. Lo hacen por ellos
mismos. Todos vivimos en nuestro propio sueño, en nuestra
propia mente; los demás están en un mundo completamente
distinto de aquel en que vive cada uno de nosotros. Cuando nos
tomamos personalmente lo que alguien nos dice, suponemos
que sabe lo que hay en nuestro mundo e intentamos
imponérselo por encima del suyo.
Incluso cuando una situación parece muy personal, por ejemplo
cuando alguien te insulta directamente, eso no tiene nada que
ver contigo. Lo que esa persona dice, lo que hace y las
opiniones que expresa responden a los acuerdos que ha
establecido en su propia mente. Su punto de vista surge de toda
la programación que recibió durante su domesticación.
3. El Tercer Acuerdo consiste en no hacer suposiciones.
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es
que, al hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto.
Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los
demás hacen o piensan -nos lo tomamos personalmente-, y
después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno
emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual
siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas.
Hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo
tomamos personalmente y acabamos haciendo un gran drama
de nada.
Toda la tristeza y los dramas que has experimentado tenían sus
raíces en las suposiciones que hiciste y en las cosas que te
tomaste personalmente. Concédete un momento para
considerar la verdad de esta afirmación. Toda la cuestión del
dominio entre los seres humanos gira alrededor de las
suposiciones y el tomarse las cosas personalmente. Todo
nuestro sueño del infierno se basa en ello.
Producimos mucho veneno emocional haciendo suposiciones y
tomándonoslas personalmente, porque, por lo general,
empezamos a chismorrear a partir de nuestras suposiciones.
Recuerda que chismorrear es nuestra forma de comunicarnos y
enviarnos veneno los unos a los otros en el sueño del infierno.
Como tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos
suposiciones y creemos que son ciertas; después, las
defendemos e intentamos que sea otro el que no tenga razón.
Siempre es mejor preguntar que hacer una suposición, porque
las suposiciones crean sufrimiento.
El gran mitote de la mente humana crea un enorme caos que
nos lleva a interpretar y entender mal todas las cosas. Sólo
vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No
percibimos las cosas tal como son. Tenemos la costumbre de
soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente, inventamos las
cosas en nuestra imaginación. Como no entendemos algo,
hacemos una suposición sobre su significado, y cuando la verdad
aparece, la burbuja de nuestro sueño estalla y descubrimos
que no era en absoluto lo que nosotros creíamos.
Un ejemplo: Andas por el paseo y ves a una persona que te
gusta. Se vuelve hacia ti, te sonríe después se aleja. Sólo con
esta experiencia puedes hacer muchas suposiciones. Con ellas
es posible crear toda una fantasía. Y tú verdaderamente quieres
creerte la fantasía y convertirla en realidad. Empiezas a crear un
sueño completo a partir de tus suposiciones, y puede que te lo
creas: “Realmente le gusto mucho”. A partir de esto, en tu
mente empieza una relación entera. Quizás, en tu mundo de
fantasía, hasta llegues a casarte con esa persona. Pero la
fantasía está en tu mente, en tu sueño personal.
Hacer suposiciones en nuestras relaciones significa buscarse
problemas. A menudo, suponemos que nuestra pareja sabe lo
que pensamos y que no es necesario que le digamos lo que
queremos. Suponemos que hará lo que queremos porque nos
conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que debería hacer,
nos sentimos realmente heridos y decimos: “Deberías haberlo
sabido”.
Otro ejemplo: Decides casarte y supones que tu pareja ve el
matrimonio de la misma manera que tú. Después, al vivir juntos,
descubres que no es así. Esto crea muchos conflictos; sin
embargo, no intentas clarificar tus sentimientos sobre el
matrimonio. El marido regresa a casa del trabajo. La mujer está
furiosa y el marido no sabe por qué. Quizá sea porque la mujer
hizo una suposición. No le dice a su marido lo que quiere
porque supone que él la conoce tan bien que ya lo sabe, como
si pudiese leer su mente. Se disgusta porque él no satisface sus
expectativas. Hacer suposiciones en las relaciones conduce a
muchas disputas, dificultades y malentendidos con las personas
que supuestamente amamos.
En cualquier tipo de relación, podemos suponer que los demás
saben lo que pensamos y que no es necesario que digamos lo
que queremos. Harán lo que queremos porque nos conocen
muy bien. Si no lo hacen, si no hacen lo que creemos que
deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: Cómo ha
podido hacer eso, Debería haberlo sabido,'. Suponemos que la
otra persona sabe lo que queremos. Creamos un drama
completo porque hacemos esta suposición y después añadimos
otras más encima de ella.
El funcionamiento de la mente humana es muy interesante.
Necesitamos justificarlo, explicarlo y comprenderlo todo para
sentirnos seguros. Tenemos millones de preguntas que
precisan respuesta porque hay muchas cosas que la mente
racional es incapaz de explicar. No importa si la respuesta es
correcta o no; por sí sola, bastará para que nos sintamos
seguros. Esta es la razón por la cual hacemos suposiciones.
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos
dicen nada, también las hacemos para satisfacer nuestra
necesidad de saber y reemplazar la necesidad de
comunicarnos. Incluso si oímos algo y no lo entendemos,
hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después,
creemos en ellas. Hacemos todo tipo de suposiciones porque
no tenemos el valor de preguntar.
La mayoría de las veces, hacemos nuestras suposiciones con
gran rapidez y de una manera inconsciente, porque hemos
establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma. Hemos
acordado que hacer preguntas es peligroso, y que la gente que
nos ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos.
Cuando creemos algo, suponemos que tenemos razón hasta el
punto de llegar a destruir nuestras relaciones para defender
nuestra posición.
Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que
nosotros. Suponemos que los demás piensan, sienten, juzgan y
maltratan como nosotros lo hacemos. Esta es la mayor suposición
que podemos hacer, y es la razón por la cual nos da
miedo ser nosotros mismos ante los demás, porque creemos
que nos juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos
maltratarán y nos culparán como nosotros mismos hacemos. De
modo que, incluso antes de que los demás tengan la
oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos rechazado
a nosotros mismos. Así es como funciona la mente humana.
4. El Cuarto Acuerdo se refiere a la realización de los tres primeros:
Haz siempre lo máximo que puedas.
Bajo cualquier circunstancia, haz siempre lo máximo que
puedas, ni más ni menos. Pero piensa que eso va a variar de un
momento a otro. Todas las cosas están vivas y cambian
continuamente, de modo que, en ocasiones, lo máximo que
podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan
bueno. Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la
mañana, tu rendimiento es mejor que por la noche cuando estás
agotado. Lo máximo que puedas hacer será distinto cuando
estés sano que cuando estés enfermo, o cuando estés sobrio
que cuando hayas bebido. Tu rendimiento dependerá de que te
sientas de maravilla y feliz o disgustado, enfadado o celoso.
En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer
cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a
otro. También cambiará con el tiempo. A medida que vayas
adquiriendo el hábito de los cuatro nuevos acuerdos, tu
rendimiento será mejor de lo que solía ser.
Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre lo
máximo que puedas, ni más ni menos. Si intentas esforzarte
demasiado para hacer más de lo que puedes, gastarás más
energía de la necesaria, y al final tu rendimiento no será
suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y vas contra ti,
y por consiguiente te resulta más difícil alcanzar tus objetivos.
Por otro lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te
sometes a ti mismo a frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Limítate a hacer lo máximo que puedas, en cualquier
circunstancia de tu vida. No importa si estás enfermo o
cansado, si siempre haces lo máximo que puedas, no te
juzgarás a ti mismo en modo alguno. Y si no te juzgas, no te
harás reproches, ni te culparás ni te castigarás en absoluto. Si
haces siempre lo máximo que puedas, romperás el fuerte
hechizo al que estás sometido.
Había una vez un hombre que quería trascender su sufrimiento,
de modo que se fue a un templo budista para encontrar a un
maestro que le ayudase. Se acercó a él y le dijo: “Maestro, si
medito cuatro horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar
la iluminación?”. EL maestro le miró y le respondió: “Si meditas
cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años”.
El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo: “Maestro, y
si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar
la iluminación?”.
El maestro le miró y le respondió: “Si meditas ocho horas al día,
tal vez lo lograrás dentro de veinte años”.
“Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más?”, preguntó el
hombre.
El maestro contestó: “No estás aquí para sacrificar tu alegría ni
tu vida. Estás aquí para vivir, para ser feliz y para amar. Si
puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación,
pero utilizas ocho, sólo conseguirás agotarte, apartarte del
verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz
lo máximo que puedas, y tal vez aprenderás que
independientemente del tiempo que medites, puedes vivir, amar
y ser feliz”.
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Si haces lo máximo que puedas, vivirás con gran intensidad.
Serás productivo, y serás bueno contigo mismo porque te
entregarás a tu familia, a tu comunidad, a todo. Pero la acción
es lo que te hará sentir inmensamente feliz. Siempre que haces
lo máximo que puedes, actúas. Hacer lo máximo que puedas
significa actuar porque amas hacerlo, no porque esperas una
recompensa. La mayor parte de las personas hacen
exactamente lo contrario: sólo emprenden la acción cuando
esperan una recompensa, y no disfrutan de ella. Y ese es el
motivo por el que no hacen lo máximo que pueden.
Por ejemplo, la mayoría de las personas van a trabajar y
piensan únicamente en el día de pago y en el dinero que
obtendrán por su trabajo. Están impacientes esperando a que
llegue el viernes o el sábado, el día en el que reciben su salario
y pueden tomarse unas horas libres. Trabajan por su
recompensa, y el resultado es que se resisten al trabajo.
Intentan evitar la acción; ésta entonces se vuelve cada vez más
difícil, y esos hombres no hacen lo máximo que pueden.
Trabajan muy duramente durante toda la semana, soportan el
trabajo, soportan la acción, no porque les guste, sino porque
sienten que es lo que deben hacer. Tienen que trabajar porque
han de pagar el alquiler y mantener a su familia. Son hombres
frustrados, y cuando reciben su paga, no se sienten felices.
Tienen dos días para descansar, para hacer lo que les
apetezca, ¿y qué es lo que hacen? Intentan escaparse. Se
emborrachan porque no se gustan a sí mismos. No les gusta su
vida. Cuando no nos gusta cómo somos, nos herimos de muy
diversas maneras.
Sin embargo, si emprendes la acción por el puro placer de
hacerlo, sin esperar una recompensa, descubrirás que disfrutas
de cada cosa que llevas a cabo. Las recompensas llegarán,
pero té no estarás apegado a ellas. Si no esperas una
recompensa, es posible que incluso llegues a conseguir más de
lo que hubieses imaginado. Si nos gusta lo que hacemos y si
siempre hacemos lo máximo que podemos, entonces
disfrutamos realmente de nuestra vida. Nos divertimos, no nos
aburrimos y no nos sentimos frustrados.
Cuando haces lo máximo que puedes, no le das al Juez la
oportunidad de que dicte sentencia y te considere culpable. Si
has hecho lo máximo que podías y el Juez intenta juzgarte
basándose en tu Libro de la Ley, tú tienes la respuesta: “Hice lo
máximo que podía”. No hay reproches. Esta es la razón por la
cual siempre hacemos lo máximo que podemos. No es un
acuerdo que sea fácil de mantener, pero te hará realmente libre.
Cuando haces lo máximo que puedes, aprendes a aceptarte a ti
mismo, pero tienes que ser consciente y aprender de tus
errores. Eso significa practicar, comprobar los resultados con
honestidad y continuar practicando. Así se expande la
conciencia.
Cuando haces lo máximo que puedes no parece que trabajes,
porque disfrutas de todo lo que haces. Sabes que haces lo
máximo que puedes cuando disfrutas de la acción o la llevas a
cabo de una manera que no te repercute negativamente. Haces
lo máximo que puedes porque quieres hacerlo, no porque
tengas que hacerlo, ni por complacer al Juez o a los demás.





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