martes, 20 de diciembre de 2011
Temple Bank
Javier Otaola describe de manera magistral el vinculo entre el Temple y las finanzas dice que la representación de 'los mercados' como una especie de ente demoníaco con vida propia que nos atormenta con sus ambiciones y requerimientos me ha traído a la memoria la tantas veces relatada historia del fin de los templarios, que no fue sino una forma singular que ideó el rey de Francia para resolver sus problemas financieros por el expeditivo método de destruir, primero moralmente -acusaciones de herejía- y luego físicamente -la hoguera- a sus acreedores que ingenuamente habían accedido a prestarle una importante cantidad de dinero.
En 1307, Felipe IV de Francia pidió a la Orden del Temple un préstamo y el Gran Maestro de la Orden, Jacques de Molay, accedió a la petición sin llegar a imaginar que estaba sembrando la semilla del árbol con cuya leña -siete años más tarde- se montarían las piras en las que el propio De Molay iba a arder.
El rey no solo atacó a los templarios, también a la banca lombarda y por supuesto a los judíos, pero su saña se cebó precisamente con el Temple.
Felipe de Francia jugó bien sus cartas. Desarrolló una eficaz estrategia de difamación: blasfemia, herejía, sodomía.; de tal modo que el papa Clemente V se vio obligado a encargar una investigación sobre el Temple para aclarar las acusaciones. La enfermedad papal propició que el Consejo Real de Francia convirtiera esa investigación en un verdadero proceso contra el Temple. El 13 de octubre de 1307 los templarios de Francia fueron hechos prisioneros y acusados de prácticas relacionadas con la magia comenzando en ese momento un largo calvario para los caballeros templarios. Aunque el papa se mostró renuente a aceptar las acusaciones de herejía contra la Orden, Felipe IV impaciente por la lentitud del proceso recurrió a los hechos consumados e hizo que el gran maestre Jacques de Molay y Geoffroy de Charney murieran en la hoguera el 18 de marzo de 1314.
Los mercados que prestan dinero a los Estados modernos adquiriendo deuda soberana en pública subasta están compuestos por grandes fondos de inversión que acumulan capitales de millones de pequeños inversores: sindicatos, mutuas de funcionarios, empresas públicas, fondos de pensiones y jubilación, iglesias, bancos de inversión. y tienen -como el Temple- la pretensión de lograr una rentabilidad por sus préstamos proporcional al tiempo y al riesgo que corren por la entrega de su dinero de acuerdo con la vieja fórmula Capital por Rédito por Tiempo/100.
Es verdad, la actividad bancaria nunca ha sido simpática; prestar dinero es una función imprescindible en una sociedad desarrollada y al mismo tiempo terriblemente antipática. La historia nos demuestra que los que se han dedicado a prestar dinero han tenido que soportar toda clase de sanbenitos. Durante muchos siglos se debatió por la Iglesia católica sobre la legitimidad del préstamo con interés, finalmente se salvó el escollo distinguiendo entre el préstamo legítimo y la usura ilegítima. Todavía hoy la llamada 'economía islámica' recurre a artilugios contables para evitar llamar interés a los beneficios del préstamo de capital.
Por otro lado, no siempre está claro el límite entre uso y abuso. En la Facultad de Derecho se apuntaba al 20% anual como el límite absoluto entre préstamo y usura. Sin embargo en nuestra generación hemos conocido préstamos del 17% como normales.
Seguramente el fantasma de Felipe IV ha recordado a muchos Gobiernos cómo en el siglo XIV la Corona de Francia logró eludir el pago de sus deudas y sanear sus finanzas, pero las cosas no son tan fáciles al día de hoy. Todos los estados necesitan periódicamente acudir el mercado financiero internacional para pedir nuevos préstamos y renegociar los antiguos, es lógico que los acreedores vigilen con celo la situación económica de los estados a los que prestan dinero para poder predecir si finalmente recuperaran el dinero prestado y sus intereses.
El siglo XXI se ha estrenado con una crisis sin precedentes en el sistema económico mundial, una crisis incubada en el corazón financiero -es decir en el préstamo y el interés del dinero- una crisis que pone en entredicho nuestro capitalismo global que, después del derrumbe del comunismo soviético y hasta la fecha nos parecía tan performativo.
No podemos retroceder los tiempos de los templarios, pero no podemos negar que algo va mal. Quizá tenga razón el viejo Santiago Carrillo cuando no hace mucho declaraba: «Si el capital quiere mantener su actividad en el ámbito de la economía productiva tendrá que cambiar algo. Y ese algo es el sistema financiero».
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