El libro habla de los tintes morales, emocionales y políticos que el concepto de la naturaleza humana entrañaen la vida moderna y no hay que temer sus aspectos éticos, emocionales y políticos. Demuestra que muchos intelectuales han negado su existencia al defender tres dogmas entrelazados: la“tabla rasa” (la mente no tiene características innatas), el “buen salvaje” (la persona nace buena y la sociedad la corrompe) y el “fantasma en la máquina” (todos tenemos un alma que toma decisiones sin depender de la biología).Cada dogma sobrelleva una carga ética, y por eso sus defensores se obcecan en tácticas desesperadas para desacreditar a los científicos que los cuestionan. Pinker aporta calma y serenidad a estos debates al mostrar que la igualdad, el progreso, la responsabilidad y el propósito nada tienen que temer de los descubrimientos sobre la complejidad de la naturaleza humana. Con un razonamiento claro, sencillez en la exposición y ejemplos procedentes de la ciencia y la historia, el autor desmonta incluso las amenazas más inquietantes. Y demuestra que un reconocimiento de la naturaleza humana basado en la ciencia y el sentido común, lejos de ser peligroso, puede ser un complemento a las ideas sobre la condición humana que miles de miles de artistas y filósofos han generado.
No sé si esta discusión en el que un grupo niega la importancia de la naturaleza y sólo defiende el valor de la cultura en el desarrollo humano o viceversa es un problema con tientes políticos sólo en los Estados Unidos y tienen que escribirse un libro como este buscando un punto intermedio, o se da en otros ámbitos.
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