"Quien siembra vientos, cosecha tempestades". El refranero popular suele sintetizar con genio su percepción de las leyes universales. El maniqueismo relativo del bien y del mal, la etica de las iglesias cristianas, tuvo un peso decisivo en la estrechez de miras con que se acogió al pensamiento oriental. La cultura occidental estaba demasiado comprometida con la tradición judeocristiana, sobrevivia y sobrevive aun la remora judia de la ley del Talión introducida en el Antigua Testamento: «ojo por ojo y diente por diente». Cuando la idea del Karma comenzó a introducirse en Occidente, la primera interpretación que se hizo de ella se basó en una presunta «justicia divina» que premiaria a castigaría nuestros actos.
Aceptada la creencia de la reencarnación, el Karma se tradujo, en pesimos textos «ocultistas», como la deuda acumulada por los errores y crimenes cometidos en pasadas vidas. Como sucede siempre con las ideas esotericas, aquellas que provienen del conocimiento interior, holistico e intuitivo su popularización acaba por vulgarizarlas y desnaturalizarlas. El resultado es siempre una caricatura que, en muchos casas, concluye expresando lo opuesto a lo que se quiso desvelar. Las verdades esotericas tropiezan siempre con las limitaciones del lenguaje. Si hubiera que definir el Karma en una sintesis aproximada y estrecha, deberiamos decir que es la ley que conduce hacia la elevación de la conciencia cósmica mediante un movimiento armónico de los acontecimientos. Si el Universo tiene un sentido evolutivo inherente, nuestros actos deberian acomodarse o ajustarse a los margenes o limites de ese rio o corriente evolutiva que nos arrastra consigo. Esa corriente aparece como una tendencia facilmente visible en nuestra dimensión terrestre, pero parece surgir de una lucha infatigable entre fuerzas opuestas.
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