Feyerabend fue un filósofo de la ciencia austríaco, implacable en su crítica de determinadas actitudes científicas, y sus propuestas han alimentado con más o menos fundamento a los relativistas que niegan la existencia de certezas absolutas. Pero a pesar de que algunas de las afirmaciones de Feyerabend sean curiosas, por ejemplo cuando desafía a que alguien demuestre que la medicina científica es “superior” a muchas medicinas tradicionales.
1) La crítica de la jerga científica. Feyerabend fue ferozmente crítico con el lenguaje de los científicos modernos, con su pérdida de capacidad de comunicación, su distancia y su pretensión de superioridad. En palabras suyas, la ciencia puede y debe expresarse de forma que sea comprendida y disfrutada por todos.
2) El concepto de “tradición”, como un conjunto de actividades colectivas que dan sentido a la vida de los que las practican. Tradiciones serían la ciencia, la religión, las artes, la magia… En una sociedad democrática, según PKF, las distintas tradiciones deberían ser capaces de convivir sin que ninguna de ellas se impusiera al resto.
3) La crítica de la pretensión de objetividad científica. En todo científico anida una “pasión”, por más que intente disimularla en aras de su estándar profesional, que no permite tales excesos. Además, en toda ciencia hay elementos subjetivos que se resisten a ser eliminados, por más que luego los descubrimientos cientificos se “reconstruyan” de forma estrictamente racional.
4) El principio de proliferación o pluralismo teórico. Su “Contra el Método” niega la existencia del “Método” con mayúscula, un único y universalmente aceptado conjunto de reglas. Un científico debe conocer y emplear todos los métodos a su alcance, sin restricciones a su imaginación y su inventiva. Ese es su “anarquismo epistemológico”. Excelente receta para capear esta dichosa época de normas, regulaciones, corsés, protocolos y expertos empeñados en decirnos cómo tenemos que hacer las cosas.
5) Feyerabend afirma (en broma, como reconoce más tarde) que si a pesar de lo anterior alguien necesita, para sentirse seguro, un principio metodológico, sólo puede proporcionársele uno, el de “todo vale” (Anything goes). Esto, junto con el rechazo de la superioridad de unas tradiciones sobre otras y de la interferencia entre culturas, ha alimentado la versión relativista de Feyerabend. Según esto, nada sería demostrablemente verdadero o falso, y nada sería moralmente superior. Si alguna vez Feyerabend pensó esto, acabó por reconsiderar la idea. Aquí copio una cita de su hermosísima, conmovedora y recomendable autobiografía Matando el tiempo, escrita cuando ya sabía que su muerte, a causa de un tumor cerebral, estaba próxima:
“Considerando cuánto han aprendido unas culturas de otras y con qué ingenio han trasformado los materiales reunidos de este modo he llegado a la conclusión de que cada cultura es en potencia todas las culturas, y que las características culturales especiales son manifestaciones intercambiables de una sola naturaleza humana. Ello significa que las peculiaridades culturales no son sacrosantas. No existe una represión culturalmente auténtica, ni un asesinato culturalmente auténtico. Sólo hay represión y asesinato, y ambos deben ser tratados como tales, con determinación, si es necesario”. Por encima de las diferencias culturales (que pueden separarnos) hay algo que nos une, y es nuestra naturaleza humana. Esa condición implica unos derechos universales (esto es, supraculturales) que deben prevalecer sobre cualquier peculiaridad de cualquier grupo humano. No obstante, cuidado con creernos de nuevo miembros de una cultura superior:
“… Una vez comprendidas las posibilidades de cambio inherentes a cada cultura, debemos abrirnos al cambio antes de intentar cambiar a los demás… debemos prestar atención a los deseos, a las opiniones, a los hábitos, las sugerencias de la gente con la que estamos a punto de interferir, y debemos obtener nuestra información mediante la ampliación de los contactos personales, no desde lejos, no intentando ser ‘objetivos’, no asociándonos con los supuestos líderes”
Feyerabend desafió a los mejores filósofos de la ciencia de su época, y tuvo la audacia de señalar los excesos del cientifismo y el peligro de los “expertos” en un momento en que la ciencia se había convertido ya en la nueva religión dominante. A los científicos les recuerda que no son “superiores” ni estan más cerca de la verdad que el resto de los humanos, y que no deben renunciar a su desarrollo personal para devenir “especialistas”. Y a todos los demás les señala un camino “cínico”, el del pluralismo, la imaginación, el rechazo del uso dogmático de las reglas, la autonomía, el pensamiento libre y sin restricciones impuestas por expertos de pacotilla.
2) El concepto de “tradición”, como un conjunto de actividades colectivas que dan sentido a la vida de los que las practican. Tradiciones serían la ciencia, la religión, las artes, la magia… En una sociedad democrática, según PKF, las distintas tradiciones deberían ser capaces de convivir sin que ninguna de ellas se impusiera al resto.
3) La crítica de la pretensión de objetividad científica. En todo científico anida una “pasión”, por más que intente disimularla en aras de su estándar profesional, que no permite tales excesos. Además, en toda ciencia hay elementos subjetivos que se resisten a ser eliminados, por más que luego los descubrimientos cientificos se “reconstruyan” de forma estrictamente racional.
4) El principio de proliferación o pluralismo teórico. Su “Contra el Método” niega la existencia del “Método” con mayúscula, un único y universalmente aceptado conjunto de reglas. Un científico debe conocer y emplear todos los métodos a su alcance, sin restricciones a su imaginación y su inventiva. Ese es su “anarquismo epistemológico”. Excelente receta para capear esta dichosa época de normas, regulaciones, corsés, protocolos y expertos empeñados en decirnos cómo tenemos que hacer las cosas.
5) Feyerabend afirma (en broma, como reconoce más tarde) que si a pesar de lo anterior alguien necesita, para sentirse seguro, un principio metodológico, sólo puede proporcionársele uno, el de “todo vale” (Anything goes). Esto, junto con el rechazo de la superioridad de unas tradiciones sobre otras y de la interferencia entre culturas, ha alimentado la versión relativista de Feyerabend. Según esto, nada sería demostrablemente verdadero o falso, y nada sería moralmente superior. Si alguna vez Feyerabend pensó esto, acabó por reconsiderar la idea. Aquí copio una cita de su hermosísima, conmovedora y recomendable autobiografía Matando el tiempo, escrita cuando ya sabía que su muerte, a causa de un tumor cerebral, estaba próxima:
“Considerando cuánto han aprendido unas culturas de otras y con qué ingenio han trasformado los materiales reunidos de este modo he llegado a la conclusión de que cada cultura es en potencia todas las culturas, y que las características culturales especiales son manifestaciones intercambiables de una sola naturaleza humana. Ello significa que las peculiaridades culturales no son sacrosantas. No existe una represión culturalmente auténtica, ni un asesinato culturalmente auténtico. Sólo hay represión y asesinato, y ambos deben ser tratados como tales, con determinación, si es necesario”. Por encima de las diferencias culturales (que pueden separarnos) hay algo que nos une, y es nuestra naturaleza humana. Esa condición implica unos derechos universales (esto es, supraculturales) que deben prevalecer sobre cualquier peculiaridad de cualquier grupo humano. No obstante, cuidado con creernos de nuevo miembros de una cultura superior:
“… Una vez comprendidas las posibilidades de cambio inherentes a cada cultura, debemos abrirnos al cambio antes de intentar cambiar a los demás… debemos prestar atención a los deseos, a las opiniones, a los hábitos, las sugerencias de la gente con la que estamos a punto de interferir, y debemos obtener nuestra información mediante la ampliación de los contactos personales, no desde lejos, no intentando ser ‘objetivos’, no asociándonos con los supuestos líderes”
Feyerabend desafió a los mejores filósofos de la ciencia de su época, y tuvo la audacia de señalar los excesos del cientifismo y el peligro de los “expertos” en un momento en que la ciencia se había convertido ya en la nueva religión dominante. A los científicos les recuerda que no son “superiores” ni estan más cerca de la verdad que el resto de los humanos, y que no deben renunciar a su desarrollo personal para devenir “especialistas”. Y a todos los demás les señala un camino “cínico”, el del pluralismo, la imaginación, el rechazo del uso dogmático de las reglas, la autonomía, el pensamiento libre y sin restricciones impuestas por expertos de pacotilla.
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