domingo, 4 de julio de 2010

Sufismo

El sufismo es la parte esotérica del islam. Puede referirse, por un lado a la espiritualidad islámica denominada tasawwuf, que incluye diferentes movimientos ortodoxos y heterodoxos del islam. También es usado para definir grupos esotéricos desvinculados del islam, como algunas formas de sincretismo Nueva Era. En el ámbito de algunas universidades islámicas hace referencia a la psicología islámica (el conocimiento del alma y su purificación, donde también se denomina tazkiyyat al-nafs) y en ocasiones se confunde con el ajlāq, que se suele entender como moral, pero que en su concepción clásica indica la nobleza de carácter. Mientras que la filosofía islámica se centró en objetivos parecidos desde el punto de vista de un conocimiento especulativo y racional, el tasawwuf incide en la práctica y la experiencia intuitiva, para así conseguir un conocimiento directo de las realidades espirituales (tahqīq) a través del develamiento (kashf) y la inspiración (ilham).
Por otro lado, el tema principal del sufismo es la consecución (o realización) de la proximidad a Dios (qurba) o la santidad (walaya), lo cual lo diferencia de otras formas de espiritualidad islámica. El esoterismo islámico no tiene nada en común con el "misticismo". En primer lugar, el misticismo, verdaderamente, parece ser en realidad algo completamente especial del Cristianismo y sólo por asimilaciones erróneas se puede pretender encontrar en otra parte equivalentes más o menos exactos; algunos parecidos exteriores, en el empleo de ciertas expresiones, se hallan sin duda en el origen de este error, pero no podrían justificarlo en modo alguno en presencia de diferencias que se refieren a lo esencial. El misticismo pertenece por completo, por propia definición, al dominio religioso, luego depende pura y simplemente del exoterismo; y además, el objetivo al que tiende está indudablemente lejos de ser del orden del conocimiento puro. Por otra parte, el místico, al tener una actitud "pasiva" y al limitarse, por consiguiente, a recibir lo que le llega, por decirlo así, de un modo espontáneo y sin ninguna iniciativa por su parte, no puede tener método; no puede haber, pues, una tarîqah mística, y tal cosa es incluso inconcebible pues es contradictoria en el fondo. Además el místico, al ser siempre un aislado y eso por el hecho mismo del carácter "pasivo" de su "realización", no tiene ni shaij o "maestro espiritual" (lo que, por supuesto, no tiene nada en común con un "director de conciencia", en el sentido religioso), ni silsilah o "cadena" por la que le sería transmitida una "influencia espiritual" (empleamos esta expresión para dar lo más exactamente posible el significado de la palabra árabe barakah, al ser, por lo demás, la segunda de estas dos cosas, una consecuencia inmediata de la primera. La transmisión regular de la "influencia espiritual" es lo que caracteriza esencialmente la "iniciación", e incluso lo que la constituye propiamente y por eso hemos empleado esta palabra antes para traducir taçawwuf; el esoterismo islámico, como por lo demás todo verdadero esoterismo, es "iniciático" y no puede no serlo; y sin ni siquiera entrar en la cuestión de la diferencia de objetivos, diferencia que resulta, por otro lado, de la diferencia misma entre los dos dominios a los que se refieren, podemos decir que la "vía mística" y la "vía iniciática" son radicalmente incompatibles en razón de sus caracteres respectivos. ¿Hay que añadir además que no existe en árabe ninguna palabra con la que se pueda traducir, ni siquiera aproximadamente la de "misticismo", al representar la idea que ésta expresa, algo tan completamente ajeno a la tradición islámica?


La doctrina iniciatica es, en su esencia, puramente metafísica en el sentido verdadero y original de esta palabra; pero en el Islam, como en las demás formas tradicionales, implica además, a título de aplicaciones más o menos directas a diversos dominios contingentes, todo un conjunto complejo de "ciencias tradicionales"; y estas ciencias, al estar como suspendidas de los principios metafísicos de los que dependen y derivan por completo y al sacar, además, de esta relación y de las "transposiciones" que permite, todo su valor real, son de ese modo, aunque en un lugar secundario y subordinado, parte integrante de la propia doctrina y no añadiduras más o menos artificiales o superfluas. Hay ahí algo que parece particularmente difícil de comprender para los occidentales, sin duda porque no pueden encontrar en Occidente ningún punto de comparación a este respecto; ha habido, sin embargo, ciencias análogas en Occidente, en la Antigüedad y la Edad Media, pero esas son cosas totalmente olvidadas por los modernos, que ignoran su verdadera naturaleza y a menudo ni siquiera conciben su existencia; y, muy especialmente, los que confunden el esoterismo con el misticismo no saben cuáles pueden ser el papel y el lugar de estas ciencias que, evidentemente, representan conocimientos lo más alejados posible de lo que pueden ser las preocupaciones de un místico y, como consecuencia, su incorporación al "sufismo" constituye para ellos un enigma indescifrable. Tal es la ciencia de los números y de las letras, de la que hemos señalado un ejemplo anteriormente para la interpretación de la palabra çufi y que sólo se encuentra en una forma comparable en la qabbalah hebraica, en razón de la estrecha afinidad de las lenguas que sirven para la expresión de estas dos tradiciones, lenguas de las que sólo esta ciencia puede dar la comprensión profunda.


Tales son también las diversas ciencias cosmológicas" que entran en parte en lo que se designa con el nombre de "hermetismo", y debemos observar a este respecto que la alquimia no la entienden en un sentido material" más que los ignorantes para los que el simbolismo es letra muerta, aquellos mismos a quienes los verdaderos alquimistas de la Edad Media occidental estigmatizaban con los nombres de "sopladores" y de "quemadores de carbón" y que fueron los auténticos precursores de la química moderna, por muy poco halagador que sea para ésta tal origen. Asimismo, la astrología, otra ciencia cosmológica, es en realidad algo completamente distinto al "arte adivinatorio" o a la "ciencia conjetural" que quieren ver únicamente los modernos; se relaciona ante todo con el conocimiento de las "leyes cíclicas", que desempeña un papel importante en todas las doctrinas tradicionales. Hay, por lo demás, cierta correspondencia entre todas estas ciencias que, por el hecho de que proceden esencialmente de los mismos principios, son, desde cierto punto de vista, como representaciones diferentes de una sola y misma cosa: así, la astrología, la alquimia e incluso la ciencia de las letras no hacen más que traducir, por decirlo así, las mismas verdades en los lenguajes propios a diferentes órdenes de realidad, unidos entre ellos por la ley de la analogía universal, fundamento de toda correspondencia simbólica; y en virtud de esta misma analogía, estas ciencias encuentran, por una transposición apropiada, su aplicación tanto en el dominio del "microcosmos" como en el del "macrocosmos", pues el proceso iniciático reproduce, en todas sus fases, el proceso cosmológico mismo. Es necesario, además, para tener plena consciencia de todas estas correlaciones, haber alcanzado un grado muy elevado de la jerarquía iniciática, grado que se designa como el del "azufre rojo" (el-Kebrît el ahmar); y el que posee este grado puede, por la ciencia llamada simiâ (palabra que no hay que confundir con Kimiâ), operando ciertas mutaciones sobre las letras y los números, actuar sobre los seres y las cosas que corresponden a éstos en el orden cósmico.


Una última observación cuya importancia es capital para comprender bien el verdadero carácter de la doctrina iniciática; y es que en ésta no se trata de "erudición" y no podría aprenderse en modo alguno por la lectura de los libros como los conocimientos ordinarios y "profanos". Los escritos de los más grandes maestros mismos no pueden servir más que como "soportes" para la meditación; uno no se convierte en mutaçawwuf únicamente por haberlos leído, y además siguen siendo incomprensibles las más de las veces para aquellos que no están "cualificados". Es necesario, en efecto, ante todo, poseer ciertas disposiciones o aptitudes innatas a las cuales ningún esfuerzo podría suplir; y es necesaria, luego, la adhesión a una silsilah regular, pues la transmisión de la "influencia espiritual" que se obtiene por esta adhesión es, como ya hemos dicho, la condición esencial sin la que no hay iniciación, ni aunque fuera en el grado más elemental. Esta transmisión, adquirida de una vez por todas, debe ser el punto de partida de un trabajo puramente interior para el cual todos los medios exteriores no pueden ser nada más que ayudas y apoyos, necesarios, por lo demás, ya que hay que tener en cuenta la naturaleza del ser humano tal como es en realidad; y es por este trabajo interior solamente por el que el ser se elevará de grado en grado, si es capaz de ello, hasta la cumbre de la jerarquía iniciática, hasta la "Identidad suprema", estado absolutamente permanente e incondicionado, más allá de toda existencia contingente y transitoria, que es el estado del verdadero sufí.

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