domingo, 19 de enero de 2014
Los fundamentos de la Antroposofía
Rudolf Steiner
En nuestro tiempo frecuentemente se oye decir que, en épocas sombrías y caóticas de la vida espiritual, en que el alma humana ha perdido el ánimo, la confianza y la esperanza, toda clase de movimientos ocultos o místicos suelen encontrar el ambiente propicio para su actuar y, en el presente, acaso sucede que los que dan poca importancia al debido discernimiento, consideran que la Antroposofía también pertenece a tales movimientos. Las consideraciones de esta conferencia sobre los fundamentos de la Antroposofía han de mostrar cuán poco se justifica confundir el método científico antroposófico con aquello con que a veces se lo compara. Desde un principio, la Antroposofía se ha desarrollado sobre la base de la seriedad y una exactitud científicas, como en el campo de las ciencias naturales estas virtudes han sido cultivadas en el curso de los últimos tres o cuatro y hasta cinco siglos pero, principalmente, en el siglo XIX; mas lo que en el ámbito de dichas ciencias sólo puede desarrollarse dentro de determinados límites, la Antroposofía se propone ampliarlo hasta abarcar el conocimiento de los llamados mundos suprasensibles y la comprensión de los enigmas de la existencia, los que ante todo se refieren a los anhelos más profundos del alma humana, esto es, al deseo de investigar lo eterno del alma humana y su relación con los fundamentos divino - espirituales de la existencia.
Si bien la Antroposofía se desarrolla absolutamente sobre fundamentos científicos, también es cierto que, como ella tiene que responder a los grandes y profundos enigmas de la existencia, los que interesan a todos los seres humanos, debió desenvolverse de tal manera que ella resulte asequible al alma humana más sencilla y que corresponda a las necesidades de la vida práctica, como asimismo la vida anímica y espiritual de nuestro tiempo; quiere decir, a los anhelos que buscan el sostén interior y la firmeza del alma, la fuerza para el actuar y la fe en la humanidad y su destino. La Antroposofía igualmente debió responder a las más diversas aspiraciones sociales y principalmente las religiosas, en un sentido al que, en esta conferencia, he de referirme todo de acuerdo -vuelvo a destacarlo- con su fundamento científico. Pero con respecto a este fundamento, hay que agregar que, en cuanto a las posibilidades que se abren a la investigación en el campo de las ciencias naturales, la Antroposofía las tiene que tomar en consideración más seriamente de lo que piensan quienes creen que están basándose firmemente en el método de las ciencias naturales. A este respecto la Antroposofía ante todo tiene que referirse a lo que pensadores juiciosos de dichas ciencias reconocen como los límites del conocimiento.
Si nos servimos del método de investigación de las ciencias naturales, es decir de la observación del mundo físico sensible, del experimento y del pensar, para combinar los resultados de la observación y del experimento, lo que conduce a descubrir las leyes de la naturaleza, como habitualmente las reconocemos, llegamos a la concepción según la cual la investigación científica de las ciencias naturales tiene sus limites y que las mismas no son capaces de penetrar más allá del mundo sensible y sus leyes. Además, sobre la naturaleza humana las ciencias naturales, tampoco, pueden comprender más que aquello que como naturaleza físico sensible proviene de dicho mundo sensible; en fin que tal concepción tiene que contentarse con reconocer los limites con respecto a lo que constituye el valor, la naturaleza y la dignidad del ser humano, sin poder penetrar en lo verdaderamente anímico - espiritual del hombre. La Antroposofía tiene que considerar con la debida exactitud justamente semejantes aspectos, si ella pretende que se la tome en serio: con toda claridad tiene que tomar en consideración que, meramente por arbitrariedad, no es posible, mediante el pensar desarrollado en las ciencias naturales, penetrar más allá del mundo de los sentidos; que no es posible alcanzarlo por arbitrariedad, debido a que el pensar mismo se ha educado y ha alcanzado su fuerza a través de la observación sensoria y que, debido a ello, entra inmediatamente en lo vacío, lo dudoso y lo poco satisfactorio si, abandonado a sí mismo, quiere penetrar en regiones más allá del mundo sensible. Sabido es que existen ciertas especulaciones filosóficas por las que el pensar, abandonado a sí mismo, pretende pasar de lo físicamente dado a lo suprasensible, mediante conclusiones lógicas de lo temporal a lo eterno. Mas aquel que sin prejuicios, por medio de semejantes conclusiones lógicas, quiere satisfacer sus anhelos anímicos de lo eterno, efectivamente llega a algo que no satisface, pues no tardará en darse cuenta de que: tan seguro como el pensar se siente cuando observa los seres y fenómenos de la naturaleza, tan poco seguro llega a ser el pensar abandonado a sí mismo, cuando trata de penetrar más allá de lo asequible a los sentidos. A raíz de ello existe la controversia de ciertos sistemas filosóficos el uno, según su peculiaridad subjetiva, trasciende el límite del mundo sensible a su manera y establece un sistema; el otro, se basa en otro sistema; pero por este camino no se llega a ninguna concepción armónica, sino que se crea algo que no satisface de modo alguno. La Antroposofía debe tener claramente presente lo que, con ánimo desapasionado, ha de sentirse frente al pensar abandonado a sí mismo, y con ello se le presenta uno de los escollos que debe esquivar para encontrar el camino que conduce a la investigación de lo eterno en la naturaleza humana y en el universo.
La Antroposofía tiene que reconocer los límites de conocimiento de las ciencias; y, por otro lado, tiene que dirigir la mirada hacia el hecho de que hombres de ánimo más profundo, en vista de esos límites del conocimiento, buscan en otros campos la ayuda que, para los grandes enigmas de la existencia, las ciencias naturales no les pueden ofrecer. Ellos tratan de encontrar ayuda en el recogimiento místico, es decir en lo que se suele llamar la visión interior del alma propia, pensando que, por el retiro en lo profundo del propio ser, se puede descubrir algo distinto de lo que se encuentra por medio de las ciencias naturales o a través de la conciencia común. Pero precisamente el que se dedica a la investigación de lo eterno tan seriamente como se lo puede hacer en el ámbito de la Antroposofía, tiene que decirse que también en este otro camino existen las ilusiones a las que muchas veces tales místicos se entregan. Quien es capaz de juzgar la vida anímica humana, libre de prejuicios, sabe lo que en toda la vida anímica significa la recordación humana. Los recuerdos tienen su origen en las percepciones sensorias exteriores; por ellas recibimos nuestras impresiones. Más tarde, a veces después de años, volvemos a extraer de la memoria las imágenes de tales impresiones y puede ser que nuestra alma haya recibido alguna impresión sensoria exterior, acaso de manera semiconsciente, sin haber observado el respectivo objeto con la atención necesaria. En tal caso, la impresión queda sumergida en lo más hondo de nuestra vida anímica; y, de un modo intencional o espontáneo, vuelve a surgir después de años. Y no tiene que aparecer necesariamente igual a como ha sido sumergida en el alma, sino que puede aparecer transformada, de manera tal que sólo el exacto conocedor de la vida anímica la reconoce. Lo que por una impresión exterior se suscita en el alma, se lo recibe impregnado de toda clase de sentimientos y de impulsos volitivos e, incluso, se lo recibe internamente en la constitución orgánico - corporal del hombre, en la constitución total del cuerpo humano; y, después de años, se podrá sacarlo del alma totalmente transformado. Quien juzgue de un modo confuso aquello que no es otra cosa que una impresión sensoria transformada, metamorfoseada por el alma, y sacada de ella mediante el recogimiento místico, podrá entonces creer que se trata de la revelación de algo eterno que no proviene del mundo físico exterior. La Antroposofía tiene que darse cuenta de que los místicos, que tratan de encontrar sus revelaciones de la referida manera, llegan a las más graves ilusiones y, por esta razón, ella tiene que reconocer que tal misticismo representa el segundo escollo; y que, además del escollo del límite de conocimiento de las ciencias naturales, tiene que esquivar el escollo de los limites de la propia vida anímica humana.
Primero, he tenido que expresar lo que antecede, con el fin de hacer notar cuán concienzudamente la Antroposofía examina las fuentes de errores posibles pues, por lo que sigue, he de describirles los senderos por los cuales la Antroposofía puede penetrar en los mundos espirituales suprasensibles; y con ello será necesario relatar aspectos paradójicos, todavía poco comunes en nuestro tiempo. Podría pensarse, y muchos lo creen, que la Antroposofía tampoco es otra cosa que una tentativa más o menos fantasiosa de penetrar mediante el conocimiento en mundos con los cuales la ciencia seria no debería ocuparse. La Antroposofía sabe cuál no es el método correcto de investigar lo espiritual suprasensible, y, por lo tanto, también puede conocer el punto de partida que permite determinar la manera de cómo realmente se pueden hacer las investigaciones. Al darse cuenta de lo que son los caminos que pueden conducir a ilusiones y errores abre, a la vez, el paso a la verdadera, aunque todavía previslumbrante respuesta a lo que se presenta como una pregunta. La Antroposofía parte de lo que sigue. Con las fuerzas cognoscitivas comunes, como las que poseemos en la vida corriente y en la ciencia oficial, debido al límite de conocimiento de las ciencias naturales y del retiro místico, no se puede conocer más que la naturaleza exterior y lo que de ella la vida anímica humana puede captar. Por consiguiente, para alcanzar el conocimiento de lo que se halla más allá de la naturaleza exterior, se debe apelar a las fuerzas del alma que en ella están latentes en la existencia común, o mejor dicho, de las cuales el hombre no es consciente. La Antroposofía quiere desenvolver esas fuerzas, que en el alma dormitan, para poder penetrar mediante las nuevas fuerzas cognoscitivas, una vez despertadas, en los mundos en que no es posible penetrar por medio de las fuerzas cognoscitivas comunes. Por parte de serios investigadores científicos ya se habla actualmente de toda clase de tuerzas anormales del alma humana o del organismo humano, fuerzas que darían prueba de que el ser humano está en relación con más esferas que aquellas que la biología o la fisiología comunes pueden mostrar. Pero la Antroposofía tampoco se vincula con semejantes fuerzas anormales de la vida anímica humana. Ella apela a las fuerzas normales del alma humana y sólo continúa desarrollándolas. Pero al comenzar hace falta lo que quisiera llamar: modestia intelectual. Es necesario poder decirse: comenzaremos como hemos sido de niño, durante la primera infancia cuando hemos entrado en el mundo, dotados de una vida anímica onírica, la que sólo nos permitía usar los propios miembros del cuerpo de un modo todavía poco hábil y orientarnos apenas o de ningún modo en el mundo. No obstante, por medio de la educación y por la vida misma, se han desarrollado, sacándolas de lo profundo de la naturaleza humana, las fuerzas que al principio habían estado latentes en las profundidades de la organización humana. En posesión de las fuerzas del alma, las que han sido desarrolladas por la educación y por la vida, habrá que decirse: en el alma humana, posiblemente, pueden hallarse latente otras fuerzas más y que éstas, desde un determinado punto de partida, también pueden desenvolverse ulteriormente del mismo modo que las fuerzas anímicas del niño se han desenvuelto hasta su punto evolutivo actual. Ciertamente sólo la práctica puede demostrar la verdad de lo que acabo de expresar; y la investigación antroposófica se desenvuelve en la práctica. Al respecto, se trata de que, ante todo, se considere la totalidad de la vida anímica humana y que las distintas fuerzas del alma continúen desarrollándose, a partir de su estado normal dentro de la vida humana.
En primer lugar, se trata de la fuerza pensante del hombre, la formación de los pensamientos, por un lado, y por el otro, de la fuerza volitiva. Entre ambas, o sea, entre la fuerza del pensar, que se desarrolla a base de las impresiones exteriores, o también a través de la capacidad de orientación que la vida nos haya donado; entre esta fuerza pensante y la fuerza volitiva, por la que estamos situados en la vida con nuestra actividad humana, se halla lo anímico, la suma de nuestras impresiones y nuestros sentimientos. Para la ciencia antroposófica principalmente ha de tratarse desarrollar la fuerza del pensar y la fuerza de la voluntad, elevándolas a un grado más alto que, por la vida común, pueden alcanzar; pues no se puede investigar lo eterno por medio de disposiciones exteriores, sino únicamente a través de un íntimo desarrollo de las fuerzas del alma como tales. Pero al elevarse el desarrollo de la fuerza pensante, por un lado, y el de la fuerza volitiva, por el otro, a grados más altos de los que se alcanzan en la vida común, se elevará al mismo tiempo de algún modo y por sí solo, como lo veremos, lo que constituye el elemento anímico más profundo y más íntimo de la naturaleza humana, esto es la fuerza del animo (Gemütskraft). Por lo tanto, en primer lugar, se nos presenta la pregunta: ¿Cómo es posible desarrollar la fuerza del pensar para llegar al conocimiento de un grado evolutivo más alto que por la vida común se alcanza?
En mi libro ¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores? y en la segunda parte de mi Ciencia Oculta, como asimismo en otros libros, he descrito el sendero y los ejercicios respectivos; ahora voy a caracterizar, en primer lugar, lo fundamental del desarrollo de las facultades del alma humana, los pormenores correspondientes se encuentran en dichos libros. Para una conferencia introductoria será suficiente exponer lo fundamental con el fin de indicar el sentido y la esencia de la cuestión que nos ocupa.
Lo que en la vida común poseemos como fuerza del pensar se suscita por las impresiones sensorias que se producen de un modo viviente. Observamos el mundo que se nos presenta en colores y sonidos, los que causan en nosotros impresiones vivas y, en el alma, nos quedan entonces pensamientos que nos formamos según estas impresiones. Con razón calificamos estos pensamientos como pálidos, pues sabemos que, en la vida común, los mismos tienen para el alma menos intensidad que las impresiones sensorias; y, también, sabemos que de los pensamientos comunes que se producen a causa de las impresiones sensorias, en cierto modo, nos ocupamos pasivamente en comparación con la intensidad con que, en el alma, experimentamos dichas impresiones. Después, hay que tratar que la vivacidad que estas impresiones suscitan en el alma, sea considerada como ejemplo, según el cual la Antroposofía, quiere desarrollar la vida pensante misma de un modo más elevado y más fortalecido, con el fin de efectuar la investigación. Es preciso que la vida pensante se eleve, se incremente y se fortalezca mediante numerosos ejercicios interiores del alma. Lo que voy a describir aparecerá como algo sencillo pero, en general, la ciencia espiritual, como aquí la entendemos, no es más sencilla que las investigaciones en el observatorio astronómico, en los laboratorios químicos y físicos o en la clínica. Lo fundamental, que ahora describiré de un modo sencillo, requiere para su desarrollo, según la disposición que para ello se tenga, años, meses o semanas. De entre los numerosos ejercicios interiores del alma, solamente voy a escoger algo característico.
Se trata de que, en primer lugar, se fije la atención en el modo de cómo en la vida común se experimenta el pensar. Por extraño que suene el que libre de prejuicios, observe su propio pensar, tendría que decirse que la expresión "yo pienso" no es del todo correcta. El pensar se desenvuelve frente a los objetos exteriores. Sólo nos damos cuenta debido a que, en cierto modo, volvemos la mirada sobre el organismo físico y porque nos percibimos a nosotros mismos desde afuera, nos damos cuenta de que el pensamiento que nos formamos depende de nuestro organismo físico y, por lo tanto, decimos: "yo pienso". Pero para la conciencia común la expresión "yo pienso" no se justifica plenamente; y la ciencia de orientación antroposófica precisamente aspira a que dicha expresión realmente se vuelva justificada. A este fin procede, por ejemplo, a colocar una representación sencilla en el centro de la conciencia de toda la vida anímica. Se puede realizar de tal manera que la atención del alma se concentre exclusivamente sobre tal representación, lo que se alcanza a través del ejercitarse. En los referidos libros, se describen los distintos ejercicios por los que se logra ser capaz de distraer la atención de todo lo demás que, desde afuera o desde adentro, pueda absorber la actividad del alma y para que, plenamente, a voluntad interior, tal como comúnmente se procede con relación a problemas matemático - aritméticos, el alma se abandone a esa representación sencilla. Resulta ser particularmente ventajoso lo que se debería tener en cuenta si tal representación no se extrae de la memoria, pues en la memoria existen, como al principio ya lo he dicho, las más diversas experiencias metamorfoseadas. Sí la representación simplemente se extrae de la memoria se entremezclan los más variados elementos de lo subconsciente e inconsciente, de modo que jamás se tendría la certeza de que en la conciencia sólo está presente aquello hacia lo cual se dirige la atención a voluntad y conscientemente; y esto es lo que importa. En virtud de ello es conveniente, por ejemplo, que se saque de un libro o de algo parecido lo que se desee emplear para concentrar sobre ello la atención y para que así se tenga algo totalmente nuevo como si se tratara de una impresión sensoria nueva a que el alma se abandona vivamente y que exclusivamente por sí sola absorba la atención. También se puede pedir a una persona, experta en estas cosas, el contenido de tal representación, a fin de estar seguro de tener algo totalmente nuevo para el alma. No hay que temer que, de esta manera, el otro pudiera ejercer un poder sugestivo sobre el alma, ya que no se trata de que el contenido de una representación ejerza efecto sobre el alma, sino que ella misma despliegue sus fuerzas verdaderamente propias con la más viva atención. Así como se puede fortalecer el músculo del brazo al utilizarlo trabajando, también es posible intensificar el pensar de la fuerza anímica, fortalecerlo por medio de la concentración sobre determinadas representaciones con la más viva atención, repitiendo tales ejercicios cotidianamente. Esto conducirá a que la vida pensante misma, independientemente de impresiones sensorias, paso a paso llegue a ser tan viviente y tan intensa como el alma comúnmente experimenta con vivacidad la impresión sensoria. Así como en comparación con la vivacidad de las impresiones sensorias, los pensamientos suelen ser pálidos, así también, por medio de los ejercicios del alma, por la meditación o concentración, es posible un pensar íntimamente fortalecido. Un pensar tan vivaz como lo es la impresión sensoria.
Lo expuesto ya les muestra que la ciencia de orientación antroposófica conduce a resultados contrarios a los que da el desenvolvimiento de ciertos estados anímicos humanos de índole patológica, enfermiza. Lo que el hombre desarrolla como visiones, alucinaciones, mediumnidad, la sugestión por hipnosis y cosas similares, tiende a lo contrario de lo que se entiende por continuar el desarrollo de la normal facultad pensante, según el método de la investigación antroposófica. Si el hombre emprende algo que le conduce a la alucinación, a la visión, haciéndole fácilmente sugestionable, sus fuerzas anímicas en cierto modo se apartan de las impresiones sensorias y fluyen en el organismo humano. Como alucinante, como visionario el hombre se torna dependiente de su organismo en mayor grado que con relación a las impresiones sensorias exteriores. Pero el ideal del sendero de conocimiento antroposófico, que se debe emprender, consiste precisamente en lo característico de lo que anímicamente se experimenta a causa de una impresión sensoria exterior. Por consiguiente, cuando el hombre ejercita la meditación y la concentración, deberá ante todo abandonarse, plenamente, a su voluntad y mediante la atención consciente, al contenido anímico que él mismo ha colocado en el centro de la conciencia. Por tal ejercicio se gana algo específicamente distinto de todos aquellos estados anímicos patológicos con que, únicamente por equivocación, el sendero antroposófico puede confundirse. Cuando el hombre se torna alucinante, visionario, cuando es víctima de la hipnosis, y cuando llega a ser susceptible de sugestiones, toda su personalidad se sumerge en la vida alucinatoria y visionaria; su conciencia común desaparece en lo que se experimenta en los estados alucinatorio y visionario.
Ocurre lo contrario cuando la meditación y la concentración se efectúan de la manera que acabo de describir, ya que se desarrolla una especie de conciencia superior. Cuando el hombre, realmente. alcanza la facultad de un pensar intensificado, fortalecido, se desenvuelven fuerzas anímicas superiores; pero la conciencia común del hombre juicioso, como normalmente vive con relación al conocimiento y a sus deberes, subsiste plenamente al lado de la otra, en cierto sentido, segunda personalidad. El hombre que posee la facultad cognoscitiva común se halla entonces junto a la segunda personalidad de la facultad cognoscitiva superior, controlando y criticando adecuadamente. He aquí una diferencia fundamental que se debe destacar claramente cuando se habla del conocimiento antroposófico. Si de la manera indicada se fortalece el pensar por medio de la meditación y la concentración, una vez alcanzado un determinado punto del desarrollo respectivo, se podrá decir: ahora realmente soy yo mismo, en mi propio ser, el que piensa; ahora he vivido con mi yo más intensamente en el mundo de mis pensamientos. De la misma manera a como por lo común experimento las impresiones sensorias exteriores, experimento ahora mi propio ser en el mero pensar. Pero el pensar también se transforma; y, ante la mirada del alma en cierto modo, ya no se parece más a los pensamientos pálidos que comúnmente se forman para el mundo de los sentidos. No es más el pensar abstracto, es el intenso pensar que se experimenta de un modo igual a como se experimentan los colores y los sonidos y, por él, se experimenta profundamente el propio ser, hasta se llega a un punto en que se sabe: ahora ya no se piensa por medio del instrumento corpóreo, como por lo común siempre se piensa. La Antroposofía también admite que el pensar común se basa en lo corpóreo.
Pero ahora el pensar se ha liberado del sistema nervioso, lo que se sabe por experiencia interior. Cuando tal instante ha llegado, se es consciente de que en verdad el alma misma vive en pensamientos, independientemente, pero en pensamientos que ya no son abstractos sino que son pensamientos en imágenes. En ese estado, por el que el alma se experimenta a sí misma interiormente, aparece ante el ojo del alma, en un determinado instante, en que el hombre alcanza la madurez respectiva, el primer resultado de la investigación antroposófica, el que consiste en que, ante el alma, se presenta, todo a un tiempo y como un gran cuadro, toda la vida transcurrida entre el nacimiento y el momento respectivo. Por lo común, el contenido de la vida terrenal nos es asequible mediante la recordación pero, por de pronto, como una corriente subconsciente o inconsciente en lo interno del alma. Intencional o espontáneamente, podemos, de vez en cuando, extraer de la corriente que se extiende hasta los primeros años de la niñez, algunos cuadros de memoria; pero lo que, en el alma, vive como una corriente de memoria más o menos inconsciente, no es aquello a que me refiero cuando hablo del cuadro de la vida, por el cual se nos presenta, todo a un tiempo, lo interior de nuestras experiencias en cuanto éstas representan el contenido de nuestra vida terrenal. En dicho cuadro de la vida no se trata de que tengamos ante nosotros acontecimientos separados entre sí, como los presenta la recordación, sino que tenemos ante nosotros lo que se puede reconocer como los impulsos a los cuales debemos nuestras facultades, es decir aquello que por el actuar de nuestro interior nos da las fuerzas morales, pero que desde nuestro interior también dirige las fuerzas del crecimiento corno asimismo la nutrición. Tenemos ante nosotros lo que, en los citados libros, he llamado el cuerpo de fuerzas formativas o si nos servimos de nombres antiguos que a este respecto siempre existieron: el cuerpo etéreo o cuerpo vital del ser humano. Se trata, en segundo lugar, de una organización suprasensible. No es posible percibirla por conducto de las ciencias naturales comunes, ni tampoco por medio del pensar meramente lógico, sino que es preciso haber desarrollado lo que he caracterizado como el pensar fortalecido y que, en los referidos libros, he llamado el conocimiento imaginativo; pero no porque se tratase de imaginaciones ilusorias, sino porque tal pensar vive en el alma a modo de imágenes y porque este mismo pensar es conocimiento. Así que juntamente con el cuerpo físico exterior, delimitado en el espacio, se experimenta aquello que quisiera llamar un cuerpo - tiempo, un cuerpo que está en movimiento, al que ahora se puede percibir por el ojo del alma, cual un enorme cuadro de la vida, todo a un tiempo y que contiene -hasta donde alcanzamos percibir la vida terrenal- todo lo que interiormente nos ha constituido. Prácticamente, no es posible dibujar dicho cuerpo de fuerzas formativas. Si se lo quiere hacer, es necesario ser consciente de que se debe proceder como para pintar el relámpago, en cuyo caso sólo se puede expresar un instante. Lo que del cuerpo etéreo fuese posible dibujar o pintar, sería algo así corno un instante de la incesante movilidad de un rayo. Así se ha alcanzado el conocimiento de que, en su interior, el ser humano no solamente posee los resultados de las fuerzas corporales, químicas y físicas, sino que, por la visión, se ha llegado al conocimiento de que el hombre lleva en su interior algo que tiene el carácter de los pensamientos y que es asequible por medio de los pensamientos concentrados y fortalecidos. He aquí el primer resultado antroposófico, el hecho de conocer por la visión este primer miembro suprasensible de la naturaleza humana, esto es, el cuerpo de fuerzas formativas, el cuerpo etéreo.
Con el fin de dar otro paso más es necesario que no solamente se hagan los ejercicios de concentración y meditación de la manera descripta, sino que se preste atención a que -si bien uno puede abandonarse a la meditación y la concentración plenamente a voluntad y con íntimo discernimiento, tal como procede el matemático en sus operaciones aritméticas- también se está entonces enteramente entregado al contenido de la concentración, de modo que cuesta mucho volver a retirarse de aquello en que el alma con la más viva atención se ha concentrado. Debido a ello es necesario, paralelamente con los ejercicios de concentración, hacer otros ejercicios, totalmente distintos, los cuales tienen la finalidad de hacer desaparecer, conscientemente y también a voluntad, lo que con toda intención se ha colocado en la conciencia para el ejercicio de la concentración. Si, durante mucho tiempo y en sucesión rítmica, se hacen los ejercicios de suprimir con toda fuerza las representaciones colocadas en el centro de la conciencia, se alcanzará una singular facultad anímica de suma importancia para la ulterior actividad espiritual. Se alcanza lo que quisiera llamar la conciencia vacía dentro del pleno estado de vigilia.
Se comprenderá de qué se trata esto, si se considera lo que sucede cuando el hombre no recibe impresiones exteriores o si, las mismas, se presentan como inconsistentes en sí mismas, porque se producen monótonamente, repitiéndose constantemente, de modo que mitigan la atención, lo que -como lo sabemos- conduce a la conciencia opaca somnolienta. Pero no es posible alcanzar la conciencia vacía sin los ejercicios correspondientes. Únicamente si primero se han hecho los ejercicios para despertar en la conciencia los pensamientos fortalecidos y luego los ejercicios para borrarlos, se podrá mantener la conciencia tan intensa, tan despierta que la misma es capaz de conservar el estado de vigilia, cuando ella va quedando sin contenido. Pero, en primer lugar, es necesario saber crear esta conciencia vacía, si se quiere dar un paso más después de haber obtenido el primer resultado de la investigación antroposófica, o sea, la visión del cuadro de lo interior anímico que se ha formado desde el nacimiento. Después de haber hecho, durante el tiempo suficiente, los ejercicios para hacer desaparecer las representaciones, y cuando se haya alcanzado el debido estado de madurez, se tendrá la capacidad de suprimir igualmente el cuadro de la vida descrito, de suprimirlo después de haberlo colocado ante el ojo del alma. Cuando se logre borrar este cuadro de vida, esto es, todo nuestro ser humano interior, como éste se expresa en nuestro cuerpo como algo de incesante movilidad; repito: cuando se logre suprimir este ser humano interior, este hombre terrenal etéreo, este cuerpo de fuerzas formativas y no se llena la conciencia con impresiones exteriores, sino que se la deja vacía, se producirá el segundo grado de conocimiento superior.
Al primer grado lo he llamado el conocimiento imaginativo, el que se alcanza a través de la visión del propio interior subjetivo que es el cuadro de la vida, tal como lo he descrito. Al haberlo alcanzado, hay que tener presente con toda claridad que este primer grado del conocimiento superior da solamente la visión del propio interior, lo subjetivo. Sabiéndolo, no se caerá en ilusiones, ni mucho menos en visiones o alucinaciones. El investigador espiritual, en sentido antroposófico, juzga, por cierto, cada paso de su camino científico con absoluta claridad. Cuando por supresión del cuadro de la vida se alcanza la conciencia vacía, se obtiene el segundo grado del conocimiento suprasensible. Lo he llamado el conocimiento inspirativo. No hay que confundirlo con nada semejante a superstición o alguna cosa tradicional sino que, únicamente, hay que pensar en lo que yo mismo describo. Y cuando, al haberse creado la conciencia vacía por medio de la supresión del cuadro de la vida, del cuerpo de fuerzas formativas, aparece en el alma, a través de la inspiración, lo que el alma misma, antes del nacimiento o mejor dicho, antes de la concepción, había sido como ser puramente espiritual - anímico en el mundo espiritual anímico. Se alcanza entonces el instante de la investigación en que por visión espontánea se llega a conocer lo eterno de la naturaleza humana.
Así se evidencia que el que habla, desde el punto de vista antroposófico, no puede, mediante conceptos abstractos cualesquiera, demostrar la inmortalidad mediante conclusiones lógicas o algo parecido, sino que él debe describir, paso a paso, lo que el alma tiene que realizar por medio de íntimos ejercicios interiores, para alcanzar el punto en que ella pueda percibir lo que como algo eterno vive en el alma; repito, en que pueda percibir lo eterno del alma, en el momento en que por la concepción se había unido con las tuerzas físico corpóreas, provenientes de los padres y sus antepasados. Se puede preguntar: cuando por la inspiración se tiene la visión de algo espiritual - anímico, ¿cómo se sabe que se trata de lo espiritual - anímico del alma, de antes de la concepción? Sólo por medio de un parangón puedo hablar de lo que en dicho instante se presenta al alma como una experiencia espontánea. Quien tenga el recuerdo de alguna experiencia terrenal, tendrá en tal caso una imagen de lo vivido diez años atrás; y, según el contenido de la imagen, se daría cuenta de que, en el alma, no tiene el recuerdo de algo acontecido en la actualidad, sino que el contenido de la imagenle hace ver que se trata de algo acontecido diez años atrás. En cambio, el contenido de lo que se experimenta por la conciencia inspirada se manifiesta como algo muy distinto de lo que existe en el mundo físico - sensible, cuando el alma vive en el cuerpo. Se tiene la experiencia del tiempo, al igual que el recuerdo de lo vivido en la tierra, y la impresión misma indica que la visión se refiere a la vida prenatal, a lo que el alma había experimentado en el mundo puramente espiritual - anímico, antes de haber entrado en el seno materno, en lo físico - sensible que, a ella, envuelve durante la vida terrenal.
Después de haber alcanzado el grado del conocimiento inspirativo, con que se da la posibilidad de buscar el problema de la inmortalidad, hacia un lado, es decir, hacia el lado prenatal, se podrá ahora, mediante otros ejercicios cognoscitivos, tomar en consideración el otro aspecto del problema de la inmortalidad; y esto sólo se puede hacer por medio de ejercicios de voluntad. Los pormenores respectivos también se encuentran en los dos libros antes mencionados; pero aquí voy a indicar lo fundamental. La voluntad humana no piensa, no se parece al pensar común. Esto último surge interiormente, estimulado por impresiones exteriores, mientras que la voluntad se origina en lo interno del organismo mismo; peroen la vida común solo experimentamos la voluntad de una manera particular. Tomemos, por ejemplo, la decisión o el impulso volitivo más sencillo, el movimiento de una mano, el que se efectúa obedeciendo a un impulso volitivo, y preguntémonos: ¿qué es lo que de tal impulso volitivo tenemos en la conciencia? Comúnmente, no reflexionamos sobre este hecho, pero para la investigación bien ordenada es necesario basarse en un punto de partida seguro. Lo que ante todo tenemos es el pensamiento: queremos levantar o mover el brazo, la mano. Pero, por la conciencia común, no sabemos nada acerca de cómo tal pensamiento entra en la organización física, cómo estimula los músculos, cómo fluye sobre los huesos; en fin, cómo dentro de la organización física se desenvuelve lo que es la voluntad. Sólo por una nueva impresión exterior, sobre la que podemos formarnos un pensamiento, percibirnos el brazo levantado o la mano levantada. Si realmente buscarnos el íntimo conocimiento del alma, hemos de decir que lo que ocurre entre el pensamiento primitivo, con que intentamos el movimiento del brazo o de la mano, y la última impresión, se substrae a la conciencia del mismo modo a como, desde el dormirse hasta el despertarse, la vida anímica se substrae a la conciencia, con excepción de los ensueños caóticos que surgen del sueño profundo. Se puede decir que solamente en cuanto a la vida del pensar y del representarse, el hombre está plenamente despierto, mientras que el elemento volitivo encierra en sí mismo un estado de sueño, incluso en el estado de vigilia; y por paradójico que suene hay que afirmar: entre el pensamiento, que conduce a un impulso volitivo, y el haber ejecutado la acción correspondiente existe una transición comparable con lo que sucede entre el dormirse y el despertarse. El pensamiento se sumerge inconscientemente en el ámbito volitivo desconocido y vuelve a despertarse cuando observarnos la acción ejecutada. Cuanto más se penetre en lo enigmático del desenvolvimiento de la voluntad -sólo puedo expresarlo de un modo alusivo- tanto más se llega a ver que entre el pensamiento del propósito y aquel que se refiere a la observación de la ejecución realizada, efectivamente, existe en el hombre una especie de sueño profundo dentro del estado de vigilia. A este respecto se produce un notable cambio por medio de determinados ejercicios, a través de esfuerzos de voluntad. De entre los numerosos ejercicios volitivos, indicados en mis libros, voy a describir algunos. Por ejemplo, se pueden hacer ejercicios de voluntad precisamente por ejercicios basados en el pensar. La vida anímica se caracteriza por el hecho de que, cuando se trata de describir algo anímico, las facultades que por medio del pensar abstracto tenemos que distinguir (el pensar, el sentir y el querer) en realidad no están abstractamente separadas entre sí sino que las mismas se entrelazan recíprocamente. La voluntad se entrelaza con el pensar cuando asociamos entre sí pensamientos y volvemos a separarlos, etc. Uno de los ejercicios de voluntad consiste en que, aquello que, según el curso de los sucesos exteriores se acostumbra a pensar endirección hacia adelante, se piensa, arbitrariamente, hacia atrás. Así, por ejemplo, se piensa una poesía dramática del quinto al primer acto, hacia atrás, es decir, empezando con las últimas escenas del quinto acto, hacia atráshasta las primeras escenas del primer acto; o también se piensa, interiormente, una poesía o una melodía desde el fin hacia el principio.
(Conferencia pronunciada en Elberfeld, Alemania, en 1922.)
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