Óscar Hernández Salgar
El decrecimiento es ante todo una posición ética que consiste en rechazar la avidez consumista, la cultura del “siempre más” y la ambición desmedida, entendiendo que esos estilos de vida son los causantes de los principales problemas de nuestro planeta. Por eso uno de sus principales promotores, el economista Serge Latouche (sí, economista!), postula la necesidad de dejar de pensar en la riqueza monetaria como la única riqueza posible. Si queremos recuperar un mundo humano tenemos que recuperar también la riqueza de la amistad, del respeto, del ocio y de los valores comunitarios.
Si uno quisiera hacer un decálogo de la ética decrecentista, éste podría ser más o menos así:
1. Volver a la vida simple. El lujo y el exceso no traen felicidad y generalmente sólo son posibles a costa del sufrimiento de otros. Por el contrario, vivir de manera sencilla es una pequeña forma de contrarrestar la aberrante desigualdad de nuestro mundo. Vivir decentemente es vivir con lo suficiente. El despilfarro se toca con la indecencia.
2. Reparar en lugar de reemplazar. No es necesario cambiar de carro porque salió un modelo más nuevo, o porque las llantas están gastadas. Reemplazar cosas innecesariamente puede ser más emocionante, pero sin duda es más costoso para el planeta en el mediano plazo.
3. Consumir inteligentemente. En lugar de dejarnos seducir por la publicidad, podemos preferir los productos y servicios que menos daño hagan al medio ambiente, a la gente y a nosotros mismos. La información de cualquier producto está a nuestro alcance en la red. Ahora es posible saber si las zapatillas de marca que compramos fueron hechas dignamente o si fueron fabricadas en condiciones lamentables por una obrera esclavizada de Bangladesh. Por eso también debemos exigir que las empresas digan explícitamente cómo y con qué están elaborados sus productos, con qué se riegan las verduras que comemos, qué hormonas le inyectaron al pollo del almuerzo o que modificaciones genéticas tiene el tomate de la ensalada.
4. Perder el tiempo y aprender a esperar. El ocio y el aburrimiento son espacios necesarios para nuestra salud psíquica y nuestra creatividad. Además, las cosas realmente buenas no se dan de la noche a la mañana. Hacer una fila o esperar en un trancón pueden ser oportunidades para limpiar nuestra mente de saturaciones innecesarias.
5. Darle el justo valor a las cosas. Al exigir precios bajos a toda costa sólo logramos que mucha gente sea explotada miserablemente en el otro extremo de la cadena. Si respetamos la dignidad de los demás debemos estar dispuestos a pagar precios justos y decentes que reconozcan el trabajo de los otros.
6. Redimensionar y reorientar los deseos. En lugar de desear una mansión o un yate porque sí, podemos entrenarnos en desear relaciones y experiencias más plenas y llenas de significado. No se trata de pensar en grande o de pensar en pequeño. Se trata de pensar con detenimiento qué es lo que realmente queremos para nuestras vidas, y actuar en consecuencia.
7. Revalorizar lo local. Consumir lo que da nuestro entorno cercano es la mejor forma de disminuir el impacto ecológico de nuestras economías y el impacto psicológico de nuestros deseos globalizados. Comprar local ayuda a disminuir la quema de combustibles fósiles. Preferir lo local nos permite mejorar nuestra autoestima y nos enseña a respetar a quienes están más cerca de nosotros. Sobre todo si esos productos locales están hechos con ética, transparencia y respeto por el medio ambiente.
8. Recuperar la memoria y las tradiciones. En la medida en que valoricemos nuestras raíces y respetemos a nuestros mayores, seremos personas más estructuradas, seguras y felices. El crecimiento obsesivo se ha hecho muchas veces a costa de nuestra memoria, pero siempre necesitaremos anclajes individuales y colectivos que nos permitan dar un sentido profundo a la existencia.
9. Construir y fortalecer vínculos de largo plazo. Tratar a las personas como si fueran mercancías efímeras es un camino seguro a la soledad. No importa si se trata de relaciones comerciales, afectivas o laborales. Las verdaderas amistades y el verdadero amor exigen esfuerzo y sacrificio. Pero siempre, siempre valen la pena.
10. Revalorizar lo místico y lo sublime. El pragmatismo del crecimiento obsesivo nos ha inculcado la idea de que sólo existe lo que se ve en la superficie, lo que está al alcance de la razón. Sin embargo las experiencias más importantes de la vida son casi siempre las que nos llevan a creer que hay algo más allá de nuestra limitada comprensión y de nuestra efímera existencia.
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