domingo, 6 de julio de 2014

Hablemos de Saturno Saturno y corporalidad

Saturno representa los aspectos más densos y tangibles del psiquismo humano, incluyendo la experiencia de la existencia corporal. Mediante el cuerpo, obtenemos conocimiento de la realidad física y de las leyes que rigen en el mundo de la materia, lo que ha conducido al desarrollo de las ciencias físicas y naturales. En el nivel físico al alcance de los sentidos, predominan los procesos mecánicos de fuerzas y resistencias, medibles cuantitativamente, que estructuran lo que percibimos como real: el mundo de los objetos físicos, su aparente consistencia y durabilidad, y también su inevitable deterioro y desgaste con el paso del tiempo. Biología Saturno, como instancia psíquica, nos permite experimentar las propiedades de objetos y fenómenos físicos: la inercia de la masa, la fuerza de gravedad, la presión atmosférica, la resistencia al movimiento, la atracción y repulsión magnéticas, la difusión térmica, la entropía, la desintegración de las formas. Es precisamente en el nivel biológico en donde Saturno opera como principio dador de forma en la psique. Saturno es el polo físico del ego; es en el ámbito corporal en donde surge por primera vez la sensación de ser una entidad separada y dotada de movimiento autónomo en contraposición al entorno. Este límite se hace evidente en la barrera delimitadora de la piel y en el sentido físico que Saturno representa, el tacto. Este principio individualizador existe ya en forma primitiva en la membrana celular. Mediante ésta, la célula no solo se separa del medio y subsiste como organismo independiente, sino que preserva de modo constante las propiedades químicas del medio interno, a pesar de las variaciones del medio externo. Este principio de constancia termina por desarrollar las estructuras u órganos celulares internos necesarios para la continuidad de la vida, frente a todo tipo de fuerzas desestabilizadoras externas, las cuales tienden a homogeneizar toda la sustancia en el caldo primigenio del que surgió la vida. Esta lucha contra la entropía como resistencia a la deformación, a la pérdida de la forma que procura identidad, a la muerte del organismo físico y la desintegración del ego, encuentra en Saturno la expresión personal más básica. Con el tiempo, la presión que experimentan las células en un tejido por parte de su medio ambiente, conduce a la formación de estructuras más resistentes, primero conchas o caparazones, y luego a sistemas óseos más articulados en beneficio de una sensibilidad táctil más refinada. La analogía física del planeta nos remite a esta resistencia a la pérdida de forma y a la protección de un núcleo blando (la cantidad total de agua en el cuerpo es de un 57\%). La compleja sensibilidad táctil incluye tanto sensaciones internas más o menos vagas como una amplia gama de diferentes percepciones en las terminales nerviosas de la piel, las principales de las cuales, desde el punto de vista psicológico, son la sensibilidad a la presión y al dolor. El sentido de delimitación no termina en la piel, sino que se prolonga al espacio de seguridad que rodea al cuerpo. Con esto vemos que las funciones de Saturno se hallan estrechamente ligadas al ámbito físico, y aparecen en la psique como la necesidad básica de seguridad y protección. En el organismo esta necesidad de seguridad y delimitación se manifiesta como las funciones defensivas del sistema inmunitario (aunque aquí interviene también la vitalidad física solar como expresión de la voluntad de vivir). Esta función defensiva es altamente selectiva y discriminatoria ante la presencia de elementos extraños al organismo. Todavía es posible relacionar a Saturno con las funciones del hipotálamo, que son en esencia reguladoras de las funciones vegetativas del cuerpo: frecuencia cardiaca y presión arterial, temperatura corporal, agua corporal, alimentación, excitación e ira, y en especial el control de casi todas las hormonas de la hipófisis mediante sustancias que actúan como factores de liberación o inhibición de producción hormonal. De este modo vemos que Saturno ejerce el control cerebral de las funciones físicas de supervivencia y la conducta resultante. Memoria La memoria es una importante función psicológica relacionada con Saturno. La memoria opera en la naturaleza como registro y preservación de la información, la cual codifica las relaciones o conexiones abstractas necesarias para erigir una estructura o una forma. Vemos este principio operando en el código genético, cuyo despliegue permite configurar un nuevo organismo biopsíquico. Las características heredadas son una limitación formal y necesaria dentro de las cuales habrá de desenvolverse el mismo. El concepto oriental del karma, concebido como desenvolvimiento de efectos generados anteriormente en conexión con la teoría de la reencarnación, encuentra en la memoria corporal que representa Saturno, el punto final de una cadena de causación originada en la comprensión o incomprensión de las leyes de acción y reacción que rigen todos los planos de experiencia humana. Es posible que un pequeño número de enfermedades de carácter genético sea la expresión kármica de la incomprensión de alguna ley o principio particular, mientras que en general, la memoria de la especie mediante el mecanismo genético permite la transmisión de patrones de conducta instintiva útiles para la supervivencia. Examinaremos más de cerca estos patrones de conducta instintiva, los hábitos y la memoria, pero antes, un último correlato fisiológico nos ayudará a comprender la relación entre el tiempo, el orden y la naturaleza espiritual de Saturno. Glándula pineal e inmunidad La relación de Saturno con la glándula pineal o epífisis, establecida por Bruno Huber, puede sorprender por inusual e inaudita. Esotéricamente, el sistema endocrino es considerado como la condensación física de los centros de energía o chakras que coordinan los vehículos etérico, emocional y mental. El centro coronario, del cual es expresión la glándula pineal, se asocia por lo común a la receptividad a los impulsos superiores o espirituales, y uno esperaría ver asociado aquí a un planeta transpersonal antes que al prosaico Saturno, a pesar de que la responsabilidad o capacidad de responder a imperativos superiores ha sido siempre una característica sobresaliente suya. Hasta hace muy poco, no se sabía casi nada de la función de la glándula pineal, salvo algunos experimentos con la sensibilidad de las aves a la luz y su influencia en los ritmos circadianos - basados en el ciclo diario de la luz solar. Sin embargo, recientemente se ha producido una gran agitación en círculos de medicina alternativa en torno a la melatonina, hormona segregada por la pineal. Se ha descubierto que sus efectos tienen una relación directa con el aumento de la longevidad a partir de un refuerzo considerable del sistema inmunitario que retrasa el deterioro celular, todo lo cual apunta de modo directo a Saturno. Y lo que es más, la secreción o producción de melatonina es óptima durante las horas de sueño nocturno, es decir está directamente relacionada con la observación del ciclo de luz solar, lo que nos lleva al concepto de orden y regulación rítmica en respuesta a la luz. Ser responsable aquí es responder de modo apropiado a los requerimientos de una ley natural que ordena la realidad en la que nos inscribe nuestra corporeidad, lo que expresa el Zen al hablar de la ``obediencia a la naturaleza de las cosas''. De modo que vivir de modo rítmico y ordenado, obedeciendo el curso del sol, nos hace inmunes. El cuerpo es el instrumento sin el cual ningún propósito espiritual puede hacerse realidad, y es evidente que el primer efecto de nuestro designio espiritual ha sido la encarnación. Responsabilidad espiritual es por tanto responsabilidad corporal, porque el cuerpo es el recipiente último de la voluntad, puesto que no existe acción incorpórea en nuestro actual estado por más que la intención se perciba antes en la mente. Desde el punto de vista esotérico se considera que la contraparte etérica del vehículo físico, el cuenco de luz bíblico, rige toda actividad en el plano físico, sea en respuesta al deseo emocional, a un plan mental o a la energía del alma. Responsabilidad implica por tanto, acción correcta, la cual, desde el punto de vista del alma, solo es una, zanjando el problema metafísico de la libertad: puesto que todos los deseos pueden verse como el deseo fundamental de volver a ser uno con el alma, o alcanzar una identidad definitiva e inmutable - inmune -, no existe otro deseo que ser quien verdaderamente quien se es, expresar la identidad verdadera. Solo hay un tipo de acción en respuesta a este requerimiento íntimo. La sensación de elección es, pues hasta cierto punto, ilusoria. Solo podemos elegir entre ser quien somos o no. Y esto último genera ansiedad y paralización, conduciendo a la enfermedad, la cual de nuevo nos incapacita para la acción - aunque esta no es, por supuesto la única lectura de la enfermedad. Conciencia corporal La percepción de la corporeidad, o cenestesia, cumple un importante papel en el desenvolvimiento de la conciencia, desde varios puntos de vista. En Zen, la atención enfocada en el instante somatoestésico nos devuelve a la realidad, liberando el caudal de energía consumida por la constante rumiación de los procesos imaginativos que la difusa ansiedad existencial genera. Una energía que, según Krishnamurti, naciendo de la pura atención, podría alterar la misma naturaleza de las células del cerebro - un testimonio que bien podemos dar por válido a la luz de su biografía. Esta es la energía de la atención sin objeto, pues la percepción cenestésica es global y difusa, un sentimiento de relativa plenitud y bienestar o de su ausencia – si dejamos de lado el dolor enteroceptivo, en cuyo caso tenemos el síntoma de una disfunción, arrojado por así decirlo a la conciencia desde el inconsciente corporal. Esta cenestesia en realidad nos ofrece, reflejado somáticamente, el grado de plenitud existencial o vitalidad; y ésta es solar y circula por como prana por el vehículo etérico, el cuenco de luz. De modo que la atención al estado corporal nos pone en contacto con la cantidad de luz que nos anima, al igual que la glándula pineal nos permite regular la actividad en función de la vitalidad solar. La percepción de la vitalidad no puede representarse en la conciencia porque se trata de una vivencia. Es la pura percepción de estar vivo y de la voluntad de existir, que precede a toda representación psíquica y que por lo tanto no puede conocerse objetivamente. Atención sin objeto y voluntad de ser confluyen en un punto subjetivo de máxima densidad, puro sujeto o yoicidad, manifestándose como electricidad etérica. Voluntad y forma son una, prana y vehículo etérico son uno, y la síntesis que la conciencia ha permitido como tercer polo entre espíritu y materia finaliza con la destrucción del órgano de conocimiento espiritual. Hemos mencionamos el malestar físico como síntoma de una disfunción, de la que el dolor nos permite ser conscientes. La vasta mayoría de funciones corporales son inconscientes. El cuerpo como escenario del inconsciente ha llegado a ser un lugar común en psicosomática, y es el concepto central en bioenergética. La represión psicológica lleva aparejado un rechazo del cuerpo y una sensible disminución de la sensibilidad somatoestésica. No hablamos aquí de un interés por el cuerpo, la salud, el ejercicio o la alimentación, índices positivos en cualquier caso que no subordine la ``acción correcta'' al bienestar corporal - la salud perfecta puede ser signo de egoísmo consagrado -, sino de la pérdida de atención, la escisión entre psique y soma que surge del miedo al dolor. La identificación exclusiva con el cuerpo, esto es, la falta de responsabilidad espiritual, conlleva una intensa angustia existencial, presente en todos nosotros en mayor o menor grado como miedo a la muerte, a la entropía y al dolor que presagia el deterioro. Sin embargo, el dolor es un valioso factor corrector del desequilibrio, y promotor del alineamiento con el orden pretendido por el ritmo de distribución de la luz solar. El miedo al dolor, con la pérdida de sensibilidad que conlleva, disminuye la efectividad del sistema inmunitario o la adopción de medidas convenientes para la seguridad. Sin embargo, el dolor emocional, un espejismo más poderoso que la identificación exclusiva con el cuerpo, tiene amplias repercusiones sobre el mismo dada la articulación de niveles en el ser humano llevada a cabo por los centros de fuerza o chakras. Es difícil, si no imposible, experimentar dolor emocional sin sentirlo ligado a una parte del cuerpo. El intento de negar o proteger la sensibilidad dolorosa lleva a intervenir en el único sistema corporal sobre que el podemos actuar voluntariamente, el sistema muscular, cuya contracción temporal disminuye el riego sanguíneo y el flujo interno de la vida. El miedo al dolor, producto éste de la exquisita sensibilidad saturnina, genera inhibición, la cual termina haciéndose crónica e inconsciente. De este manera el cuerpo acaba por representar en su espasmo permanente todo tipo de mecanismos de defensa. La contracción espástica de los músculos - sin mencionar la musculatura lisa, de cuyo estado somos de por sí inconscientes -, acompaña todo intento de reprimir o bloquear el acceso a la conciencia de todo contenido doloroso. El aumento de la conciencia no puede sino en ir en la dirección de la percepción de nuestra globalidad en la que participa la experiencia del cuerpo como cuenco de luz, recipiente del flujo de la vida, que toda resistencia paraliza; y los tejidos físicos no pueden sino resentirse de una disminución de vitalidad o de atascos energéticos. La integración de la personalidad ha de incluir una vivencia de aceptación del cuerpo, so pena de que este se convierta en pasto del inconsciente personal reprimido. Economía Nuestra realidad física está en constante movimiento. La supervivencia incluye importantes funciones de equilibrio y regulación del mismo. Una célula existe mientras logre aislar su medio interno del entorno, y conservar las propiedades bioquímicas que requiere su organización interna frente a las continuas variaciones que se producen en su ambiente, mientras al mismo tiempo, siendo un sistema abierto que intercambia sustancia y energía con su medio, necesita adaptarse a las mismas con igual persistencia. La membrana celular define un espacio interior al que da forma, lo aísla y lo protege. La conciencia del ego funciona del mismo modo. La vida surge del mar, que es lo mismo que decir que el individuo emerge del inconsciente colectivo. Sin la piel, sin la definición de identidad que proporcionan los límites de Saturno, nos volveríamos a disolver en el inconsciente colectivo. Sin embargo éste es también el origen de la angustia existencial y del miedo a la muerte, cuando no se advierte que el proceso de individuación continúa más allá de la dualidad creada por la frontera corporal. Aún así, ésta es la primera piedra que hace la individuación posible, y sin una base sólida toda el proceso se desmoronaría. La separación es un paso necesario, y en el nivel físico, este aislamiento conlleva un increíble gasto energético en contra de la entropía. Una multitud de funciones deben realizarse de modo continuo. Las operaciones internas consumen energía, incluso las destinadas a proporcionarla. Resulta claro que el ámbito físico está regido por la ley de economía, por un constante balance entre gastos e ingresos. Puesto que la obtención de energía conlleva en si dispendio de la misma, la tendencia al ahorro favorece la supervivencia. Esta es la ley de Saturno, la línea del menor esfuerzo para conseguir un resultado. Desde este punto de vista, la tranquilidad es un bien preciado. La principal propiedad de la materia, la esfera de Saturno, es la inercia. El movimiento implica consumo, aplicación de energía. La ley de economía, en función de la supervivencia, tiende a reducir la actividad superflua, todo movimiento que no contribuya de una manera u otra al mantenimiento de la forma, y todo lo que no obedezca a un criterio funcional de utilidad. Del mismo modo, toda alteración del estado de equilibrio se percibe como un negativo en el balance energético puesto que obligará a un nuevo gasto de reposición, a una nueva inversión en el orden más estable posible. Resulta curioso, sin embargo, que la evolución proceda mediante una sucesión de órdenes, o aparición sucesiva de nuevos órdenes cada vez de un nivel más elevado, pero unos órdenes que solo aparecen tras estados de máximo desequilibrio. La termodinámica permite establecer que la aplicación o transferencia de energía a un sistema estable produce una situación de desorden, porque la diferencia de potencial debida a la aparición de un nuevo campo de fuerzas se traduce en energía cinética o movimiento que se produce a lo largo de las nuevas líneas de fuerza del campo. Un nuevo orden implícito en el nuevo campo de fuerzas obliga a una reestructuración, a un cambio de forma o a una crisis. De manera que el principio saturnino no puede tener nunca la última palabra con respecto a la forma. La fuerza de la evolución o la energía espiritual de la metamorfosis plutoniana hace que las formas que adopta la psique sean descartadas una y otra vez, pero cada forma adoptada seguirá rigiéndose por el principio saturnino de economía. Veíamos que el mantenimiento de la forma conduce a la actividad, aunque este se rija por criterios de utilidad. Economía viene a significar algo así como el mantenimiento del orden del hábitat o lugar en que uno vive, el hogar como extensión del cuerpo y de su espacio de seguridad y protección. Hábitos Aunque el mantenimiento del orden consume energía, es la manera más económica de sobrevivir. Pautas fijas de conducta, hábitos, procedimientos y rutinas, aseguran todas una manera óptima de hacer las cosas, una secuencia precisa de movimientos con finalidad útil. Una vez establecidas, aprendidas - memorizadas -, caen bajo el umbral de la conciencia para acumularse al vasto arsenal de procedimientos inconscientes del cuerpo. La diferencia entre materia y energía es de grado. En la materia, el movimiento ha dejado de ser libre para seguir unas rígidas pautas de carácter cíclico o repetitivo. Este movimiento atrapado en el espacio es lo que da al mundo físico apariencia de solidez y estabilidad, como en el rápido girar de los radios de una rueda. La forma del sistema solar la mantiene el movimiento constante de los planetas en sus órbitas, de modo similar a como la forma del átomo se produce por la estrecha interacción de sus partículas. Quizás resulte más fácil cambiar un hábito que romper un átomo, pero solo es cuestión de grado. Los hábitos pueden ser provechosos en extremo para la supervivencia y el ahorro energético, pero a diferencia de los instintos, son aprendidos. En un momento dado pueden ser la respuesta más o menos inteligente a una situación de la realidad, pero el mantenimiento del equilibrio y la preservación de la identidad separada requiere constante adaptación a las circunstancias cambiantes. Una vez que un hábito deviene inconsciente se convierte en un mecanismo, activado o desactivado de modo reflejo. Es el carácter mecánico de las rutinas el que nos aparta del orden natural de las cosas, y es este orden, reflejado en el orgánico ciclo del Sol, el que produce inmunidad, supervivencia. Ningún proceso orgánico se conduce de forma mecánica o inconsciente. La simple regulación del nivel de azúcar en la sangre supone una constante comprobación y recogida de información, requiere un tipo especial de conciencia o de atención. Esta falta de atención a la realidad, que se traduce en una vida ordenada de modo mecánico, es falta de conciencia corporal. Saturno nos provee de todo lo necesario para el mantenimiento de la vida, porque no puede dejar de ser una función orgánica. El ego y lo femenino Introducción Comprender la naturaleza de Saturno es de la máxima importancia para comprender una faceta fundamental del ego o el conjunto consciente de la psique del ser humano, el cual, como todos los fenómenos vitales, es un triángulo de fuerzas. Esta triplicidad surge de la necesidad de volver a la unidad que presenta la dualidad del universo, como única posibilidad de superarla. El ``deseo de unidad '' o fuerte atracción entre los polos positivo y negativo de la manifestación, espíritu y materia, hace que su interacción genere la aparición del principio sensible, o conciencia, fruto de la evolución al igual que el hijo es fruto del amor de padre por la madre. Dualidad Saturno es el polo femenino o negativo del ego. La connotación negativa que tiene la palabra ``negativo'' indica ya lo mal que comprendemos este principio en nuestra constitución y en el universo. Espíritu y materia, positivo y negativo, activo y pasivo, masculino y femenino, mente y cuerpo, irradiación y receptividad, vida y forma, impulso intencional y respuesta activa, voluntad e inteligencia, son algunas de las dualidades producto de la manifestación. Algunas de estas requieren una aclaración, si es que hemos de comprender bien el papel de Saturno, y con ello, el resto de polos femeninos. Conciencia e inconsciente Veamos antes la dualidad de orden diferente, existente en el seno de la psique entre la conciencia y el inconsciente, dualidad en la que el yo, vivencia sin definición posible, juega un papel definitivo: siguiendo a Jung, aceptaremos que todo contenido psíquico es consciente en cuento hace referencia al yo, o en sus mismas palabras, ``la conciencia es la función que mantiene la relación entre los contenidos psíquicos y el yo''. La personalidad o ego es la organización de todos los contenidos de la conciencia en torno al yo, es decir, aquellos contenidos en los que el yo se experimenta a sí mismo como sujeto de la experiencia y con los que se identifica en la medida en que ve afectado por ellos sin posibilidad de separación. Nos encontramos así con la dualidad suscitada por la conciencia entre sujeto y objeto, entre yo y no-yo. Pero dada la inescapable relación entre conciencia y yo, el campo inconsciente de la psique y la realidad objetiva con la que no me identifico no pueden sino confluir hasta cierto punto - la proyección psicológica resulta así posible. El ego humano es producto del proceso evolutivo que llamamos individuación. Una parte de la psique colectiva es dotada de un yo - en realidad, la corriente de vida a la que llamamos yo se apropia de un aparato psíquico -, que a partir de ese momento se diferencia, estableciendo unos límites en la frontera del inconsciente, separándose así del mismo. Este hecho solo establece el principio del proceso de individuación, que no habrá de completarse hasta la aparición de un verdadero individuo, más allá de toda escisión polar. Este es el papel de Saturno en la formación del ego humano: la construcción de una forma o estructura que permita la diferenciación del ego del mar del inconsciente colectivo, una estructura con la que el yo pueda identificarse y comenzar el largo camino que conduce a lo largo renovadas expansiones de conciencia. Este camino comienza en el cuerpo, como evidencia absoluta de un organismo separado y autónomo. Corporalidad e inconsciente El ego comienza pues su camino mediante el endurecimiento y la cristalización de límites. La conciencia del cuerpo, la corporalidad es la primera referencia de identidad para el yo, la esfera consciente original. En este nivel se estable la frontera entre la conciencia y el inconsciente, de modo que la corporalidad linda con ambas esferas, es el punto de contacto entre la conciencia incipiente y aquello a lo que se le cierra el paso. La actividad del polo femenino del ego se centra en el cierre, la delimitación, la exclusión y la negación. Siendo el principio receptivo, tiene la facultad de determinar lo que ha de ser incluido - pero no la opuesta. Puede excluir todo aquello que considera que no forma parte del yo, y hacerlo con fuerza: puede aislarse del medio, puede reprimir contenidos psíquicos de la conciencia o excluir aspectos del inconsciente. Puesto que el yo tiene ahora una forma, un cuerpo, con el que se identifica y al que vincula su supervivencia - lo que no deja de ser un acto de olvido, o en si mismo, de obnubilación de la conciencia con respecto a la vida -, la conciencia polarizada en la corporalidad iguala supervivencia con preservación de la forma, que se encuentra amenazada por todo tipo de presiones desde el exterior. En el ámbito físico, aunque parcial, de Saturno, esto es muy cierto: el fenómeno orgánico que la vida instaura va a contrapelo de la materia que constituye todos los cuerpos objetivos que a su vez constituyen la realidad. La inercia de la materia tiende a la igualación entrópica que acabaría con cualquier tipo de organicidad que hace posible el acercamiento del espíritu mediante su aliento vital. Así que la vida impone su voluntad de vivir al organismo, cuya sustancia no puede sino ser receptiva a la misma. Mediante el instinto de supervivencia el organismo responde a la vida que lo anima o reclama. La seguridad y la defensa se convierten en la motivación de aquello que por su misma esencia no puede sino actuar en respuesta a la vida. Nada refleja mejor esta necesidad instintiva de protección que el sistema inmunitario, el cual en respuesta a la voluntad de vivir defiende el organismo del no-yo. Puesto que el mantenimiento del cuerpo como referencia inmediata para la conciencia y el yo se hace a expensas del no-yo y del inconsciente, o lo que es lo mismo, mantiene la ilusión de reducir la psique, de límites imprecisos, a la esfera consciente del yo, el ego así establecido se vuelve parcial y por lo tanto incompleto. Una afirmación del yo lograda mediante la negación del no-yo, ha de ser precaria e insatisfactoria. La dualidad no puede obtener reposo hasta alcanzar la unidad. Es precisamente el mundo de las fuerzas físicas tangibles de Saturno el que nos asegura que toda acción implica reacción. Un énfasis violento en el yo consciente nos asegura una reacción igual de violenta por parte del no-yo inconsciente. Lo ajeno a la conciencia se vuelve un enemigo, y también el mundo supraconsciente de las causas. Excluidos de este modo todo tipo de injerencia inconsciente en el estrecho marco del ego, sobreviene el miedo a la muerte y la angustia existencial, una vez perdido de vista el hecho de que la materia devino orgánica en respuesta a un hilo de vida que la trascendía - o como decíamos antes, olvidado este hecho; y sin embargo es la receptividad de la materia a las impresiones, que su inercia permite conservar, lo que constituye la base de la memoria, o inteligencia saturnina, y lo que en última instancia por tanto, nos permitirá recordar quienes somos. Destino Del mismo modo que la proyección de un hilo de vida atrajo materia - anhelándose mutuamente tras la repulsión original que las separó -, el acto de repulsión psíquica que constituye la proyección psicológica atraerá una porción de la realidad objetiva que se cernirá sobre nosotros como destino formal, unido a nosotros de forma inescapable porque esta hecho de nuestra misma sustancia. Existe por tanto un vínculo entre la existencia corporal y el destino formal, que el principio saturnino sintetiza como principio de realidad. El cuerpo, como concepto límite de objeto separado del resto de los objetos, nos permite la primera diferenciación entre sujeto y objeto. El cuerpo, al permitirnos experimentar la realidad nos permite en contraposición experimentar nuestra relativa autonomía vital. En la medida en que la realidad se convierte en una presión dolorosa y en una amenaza para el yo centrado en el cuerpo, intentaremos negarla. Pero puesto que la separación entre la realidad objetiva y nuestro cuerpo es un artificio del ego consciente, que solo así logra constituirse como tal, el rechazo de la realidad lleva parejo el rechazo de la corporalidad, y con ello, la desvirtuación del principio femenino. Principio de realidad La inteligencia, principio femenino en la naturaleza, nos permite arreglar y manipular la realidad de la forma más conveniente para la supervivencia. Nos permite concebir y desplegar la actividad de adaptación más idónea. Ello supone conocer la realidad tal como, o nuestras medidas no serán inteligentes. Los instintos programados en nuestro organismo son una forma de inteligencia frente a los cuales ego puede desplegar su inteligencia artificial, incluso en contra de la vida. Y el cuerpo es el instrumento que nos permite conocer la realidad. Experimentar el cuerpo y experimentar la realidad termina por ser una y la misma cosa, porque la realidad que nos rodea es el negativo, el molde de nuestro cuerpo, porque nuestro cuerpo está inscrito en la realidad, y se rige por sus mismas leyes. Solo la inconsciencia corporal transforma la realidad en enemigo o en destino adverso. La resistencia al cuerpo es resistencia al inconsciente que la piel oculta; dada su proximidad, es fácil retirar la atención del cuerpo y enajenarnos al mismo tiempo de lo real, creyendo que la huida a la torre central del castillo nos hará olvidar la invasión que trepa por los muros. El proceso de formación del ego es un proceso duro, que nos hace duros. Puesto que somos, siempre hemos sido, pero no recordamos qué éramos antes, nadando como estábamos en las aguas del inconsciente o en el líquido amniótico, un estado paradisíaco pero irresponsable - sin capacidad para actuar en respuesta a los requerimientos de la vida. Así que de cierta manera es comprensible que nos resistamos a la encarnación. Un ego duro, en apariencia adaptado a la realidad no significa en modo alguno que ésta sea aceptada; más bien lo contrario. No se requiere un ego duro ni blando, sino flexible y resistente, capaz de adaptarse y responder de modo inteligente a los cambios. El dolor y la presión solo engendra dureza allí donde no se ha comprendido la naturaleza de la realidad, y no se han tomado medidas óptimas - donde se ha medido mal. Si el principio femenino y receptivo de Saturno no funciona como tal, entonces aparece la distorsión del principio masculino como autoridad, imposición y fuerza de voluntad. Pero la receptividad de Saturno, con su facultad de cerrar o de resistir, también puede abrirse a la realidad y aceptarla. Abrir no es facultad suya, pero puede recibir. Y la aceptación, junto con el reconocimiento, es la clave de todo proceso terapéutico. No es necesario abrir. Basta con dejar de resistirse a la naturaleza de las cosas. Miedo En el cuerpo, Saturno rige todo tipo de mecanismos de inhibición. Siendo capaz de regular inhibiendo, también puede inhibirse a sí mismo cuando los principios vitales superiores están en juego. Puede relajarse. Pero no lo hará bajo un estado constante de miedo a la muerte o a cualquier amenaza a la preservación de la identidad establecida. Miedo fruto de una incorrecta identificación con el cuerpo, sea a favor o en contra, mediante la cual solo puede descubrir su temporalidad y no la supervivencia real. Es imposible aceptar el cuerpo mientras se vea este como una experiencia injusta en peligro de muerte, como un ajusticiado por principio, mientras que el cuerpo no deje de considerarse malo o negativo - en rigor, mientras no se comprenda la verdadera negatividad del cuerpo, su susceptibilidad a ser guiado. Mientras, tanto, solo se verá como algo a ser entrenado. Negatividad y confianza La verdadera negatividad del cuerpo implica confianza, o fe en el proceso que instauró un círculo no se pasa en el continuo de la materia y le dio vida. La negatividad del cuerpo es entrega a la positividad de la vida, y con ella nace la confianza en la capacidad de responder a la vida con plena responsabilidad. La confianza en la benignidad de la encarnación nace de la comprobación de la idoneidad de los recursos corporales para el mantenimiento vital, y se asienta en la experiencia del bienestar corporal y la salud, y también en la correcta comprensión de la ley de economía. Es tanto confianza en que las necesidades personales serán satisfechas, aún si las verdaderas necesidades son desconocidas, como confianza en la energía de la inteligencia para resolver cualquier problema de adaptación. Este el principio femenino superior que puede guiar a Saturno a su más plena realización personal, y el que nos hace decir: puedo manejarlo, puedo manejarme en este planeta, puedo manejar mi cuerpo, porque mi cuerpo responde cuando acepto la realidad que me rodea como algo de mi incumbencia y como extensión de mi cuerpo. Quizás la historia de la relación del hombre con la naturaleza no permita afirmar de entrada la benignidad de la encarnación, pero aún así son más los males que el hombre se ha ocasionado a sí mismo y a la propia naturaleza, que al revés. Solo la ignorancia artificial ha podido dejar de percibir la realidad tal cual es, y dejar por tanto de adaptarse adecuadamente al medio. Principio materno Psicogenéticamente, esta confianza nace de la cualidad de la relación entre madre e hijo. Debería estar ya fuera de toda duda la relación entre el principio materno y Saturno: nutrición, cuidado y atención, más relajación y soluciones inteligentes para los problemas de cada día. Es la madre la que alienta o inhibe la emancipación de un cuerpo nuevo gestado en su interior, la que proporciona los recursos de seguridad y confianza en el manejo de los aspectos formales de la vida que conducen a la autonomía preservadora del ego, o bien la que perpetúa lazos de dependencia, control e insuficiencia. El papel materno no puede sino ser crucial en el proceso del nacimiento del ego durante los tres primeros años de vida, y el que en última instancia permitirá el enraizamiento y el anclaje en la realidad.Principio negativo Antes de continuar, un punto debería ser aclarado, en relación con la pasividad del principio femenino. Que el principio femenino sea pasivo no quiere decir que sea inactivo, sino que siendo su esencia la receptividad, carece de iniciativa, lo cual de nuevo debe entenderse correctamente: responde a la iniciativa. La tendencia de la materia es hacia el reposo, la inercia y la inactividad. Pero una vez que, siendo totalmente negativa, responde al impulso masculino vital, y deviene orgánica, su respuesta se manifiesta como inteligencia activa. La materia responde activamente al impulso del espíritu, el cual en contraste, es constante, cíclico e invariable como los latidos del corazón. Los requerimientos de la vida han de ser satisfechos activamente, un orden debe mantenerse. Una cosa diferente es que bajo la ley de economía,los movimientos sean dirigidos por criterios de utilidad, eficiencia y sentido práctico. La preservación del ego requiere a todos los niveles constante actividad y adaptación, a pesar de la tendencia de la materia al reposo uniforme y la indiferenciación. La voluntad de vivir, raíz del dinamismo, se manifiesta como persistencia fija y estática, como intención pura y concentrada: mueve, pero no se mueve. El principio femenino arregla, ordena y manipula, para lograr las condiciones necesarias para que la intención de vivir pueda realizarse. Las mujeres son el elemento activo trabajador en muchas culturas - en la India, p.e., país bajo el signo de Capricornio, la construcción de viviendas se halla en manos de las mujeres. A pesar de ello, es preciso recordar que hablar del principio femenino no es hablar de la mujer como tal. De hecho, este principio de actividad presente en Saturno indica el constante equilibrio entre las fuerzaspolares que se encuentra en todas las entidades y principios de la naturaleza. La personalidad es tripartita, pero es, o ha de ser, negativa con respecto al alma, y en respuesta al alma, actuar como solo ella puede hacerlo porque solo ella tiene los medios. La personalidad como un todo debe actuar porque es un instrumento sin el cual ninguna intención espiritual se realizaría.
http://www.escuelahuber.org/boletines/bol52/bol52-03.htm

No hay comentarios:

Publicar un comentario