Normalmente los cabecillas suelen ser inmigrantes orientales y asiáticos y pertenecen a una organización muy jerarquizada que es la que facilita el local y el material necesario para hacer las copias: una torre de grabación tostadora que puede costar medio millón de pesetas y las cintas vírgenes. Las tostadoras funcionan 24 horas al día y son manejadas por inmigrantes indocumentados que trabajan por turnos a cambio de un sueldo o que viven hacinados allí mismo para pagar la deuda contraída con las mafias que les han facilitado el viaje a España. Algunos también cobran unas 10 pesetas por cada disco copiado».
Una vez falsificadas, las cintas son trasladadas a un segundo piso donde otro equipo procede a la incorporación de la correspondiente carátula también debidamente falsificada.
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