sábado, 29 de octubre de 2011

Yayo Herrero









El ecofeminismo, según nosotras lo entendemos, plantea que el cuidado de la vida humana y los trabajos que se encargan de la reproducción social son absolutamente imprescindibles y no se pueden dejar de hacer. Eso no quiere decir que los tengan que hacer las mujeres exclusivamente. La necesidad imperiosa es que los hombres, además del estado y los mercados, asuman corresponsablemente esas tareas, que muchas veces son penosas y duras.


No se trata sólo de dar valor a los trabajos domésticos, que indudablemente lo tiene, sino de reclamar un reparto justo de estas tareas entre hombres y mujeres, así como de señalar la necesidad de que la sociedad en su conjunto y los estados se hagan responsables de ellos.
La economía feminista tiene una elaboración teórica y una serie de propuestas alrededor del modelo de trabajo o de la construcción de los espacios públicos y organización del tiempo, por ejemplo, absolutamente sinérgicas con las del ecologismo social. Desbancar a los mercados y sus beneficios como epicentro de la sociedad requiere cambiar el sistema de prioridades sociales y en ese tema el ecologismo necesita de las aportaciones que desde hace décadas vienen realizando los diferentes feminismos.

Creo que precisamente el reparto de tareas de reproducción social y trabajo doméstico es esencial. En los movimientos sociales que yo conozco hay muchas mujeres jóvenes activas pero a partir de cierta edad la participación es mucho más masculina.

En los movimientos sociales y espacios de participación política se reproducen los mismos esquemas de reparto desigual de los diferentes tipos de trabajo, los mismos esquemas de relaciones de poder que en la sociedad.

Además en algunos colectivos permanecen formas de relación arcaicas que son agresivas y que valoran el debate áspero o las intervenciones inacabables como muestra de pensamiento crítico. La violencia gratuita en las reuniones o espacios de elaboración aplasta la participación de muchas personas y especialmente de las mujeres.

Es esencial la visibilización de la ingente cantidad de trabajo oculto que se desarrolla en el espacio doméstico y que resulta imprescindible para la sociedad. En segundo lugar, es central la exigencia de que esos trabajos, muchos de los cuales son penosos y no los haría nadie si pudiese evitarlos, hay que repartirlos y que los hombres no se pueden escaquear de hacerlos.

La dedicación de los tiempos a la realización de trabajos necesarios socialmente y la merma de los tiempos dedicados a realizar trabajos destructivos del entorno y de la propia sociedad (una buena parte de los sectores actuales) puede ayudar a configurar un mundo articulado alrededor de la resolución de las necesidades de las personas y no de la obtención de beneficios.

La idea de vivir bien con menos se centra en la urgencia de frenar y reducir la extracción de materiales y generación de residuos, a la vez que mejoramos la calidad relacional y comunitaria de los lugares en los que vivimos.

Los feminismos aportan una crítica al modelo urbano y una serie de propuestas alrededor de la generación de servicios públicos que cubran parte de las necesidades de cuidados, así como una denuncia del componente de clase, además del sexual, que existe en la asignación de los trabajos domésticos.

Para mí no es viable una sociedad que pretenda decrecer en lo material y no sea anticapitalista y antipatriarcal.




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